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EL PORTAL DE REFERENCIA EN BIOCONSTRUCCIÓN

Cuando quienes narran dejan el Olimpo y regresan al jardín

Celebramos que las personas que se dedican a cultivar la tierra o a proveernos de los frutos del mar se hagan conscientes de las consecuencias de sus actos y busquen caminos que no pasen por generar más violencias sobre la trama de la vida.

Sus argumentos sobre el derecho a cultivar o pescar libremente para tener más recursos entran en conflicto con la evidencia de la toxicidad de ciertos procesos químicos o del impacto del extractivismo en el presente y en el futuro de la vida, la propia y la ajena. Más allá de las leyes, las cuotas y las multas, el cuidado, la co-responsabilidad y la cooperación se presentan como los límites saludables de una libertad que ha enarbolado el capitalismo hasta la extenuación. Las personas ocupadas en el devenir del planeta decimos no, no todo vale en nombre de la libertad si antes no hemos aclarado de qué libertad estamos hablando.

Se trata de un interrogante narrativamente importante. Cuando abordamos la creación de relatos, de lienzos, de espacios, de obras en cualquiera de los lenguajes posibles, pareciera que entramos en un orden ético distinto al del cuidado de la vida. Nos disponemos a defender la libertad creativa como un absoluto, enlazándola con la libertad de expresión, oponiéndola a la censura y a las leyes que impiden el libre pensamiento. Así, llegamos a defender que la persona que crea mundos no es responsable de las consecuencias de sus obras, que los cielos y los infiernos que sea capaz de crear son dignos de respeto, que el espíritu crítico de quien reciba su obra debe ser el único límite de su creación.

Si pero…: ¿Por qué a quien pesca o quien cultiva la tierra les pedimos un compromiso del que exoneramos a quien crea piezas artísticas? ¿Situamos al artista por encima del bien y del mal por el hecho de que sentimos que crear belleza tiene algo de milagroso? ¿Es porque quien crea mundos parece ser capaz de ver más allá de las apariencias? La figura del artista demiurgo no encaja con los planteamientos regenerativos. ¿Qué pasaría si situáramos el Olimpo a ras e tierra, allá donde germinan las simientes? ¿Acaso no es excelsa la labor de los/as jardineros/as? ¿Por qué no considerar que el alumbramiento de un poema, una novela, un cuento, una película… comparte espacio con doulas y matronas?

¿Acaso la libertad de expresión, la de creación, la de pensamiento, es incompatible con el principio de corresponsabilidad con la trama de la vida? Evidentemente nadie puede controlar el impacto que un poema deja en quien lo recibe, pero sí puede considerar desde qué lugar está creando ¿Hay verdad en lo que dice o pura exhibición? ¿Queda expuesto/a ante la belleza o se esconde tras ella? ¿Dónde queda la bondad? ¿El relato nació con la voluntad de contribuir a la re-generación de la trama de la vida o a su degradación? Es más, ni siquiera se trata de intención, que siempre está referida a un resultado, sino de una forma de estar y, por tanto, de obrar, incluso cuando caemos en manos del duende.

Es importante entender que vivimos siempre en los límites. Vivir no es más que lo que sucede en ese punto de equilibrio. Nuestros límites son el punto de encuentro con “lo otro”, eso de lo que queremos hablar, denunciar, mostrar, analizar, recrear, trascender… no nos pertenece pues también toca al “otro”. Lejos de ser demiurgos quienes creamos también somos seres finitos hechos para crecer en los límites. Quizás sea más acertado entender que los límites existen para ser trascendidos y así transformarlos. Cuando asumimos que el límite es un espacio indefinido desde el que nos asomamos a todo lo que no está en nuestro ser y que aún está por nombrar, la libertad creativa queda enlazada a mil mundos y, por tanto, determinada.

No estoy hablando de autocensura ni de prohibiciones, ese es el único límite  que nuestra cultura contempla cuando hablamos de libertad de creación. El límite del que hablo tiene que ver con la esencia de la co-creación y la co-responsabilidad que enlaza al/a autor/a y el público, por ejemplo. Esto no significa que ambas sean las únicas partes participantes ni que tengan el mismo nivel de implicación ni el mismo rol con respecto a esa obra que les enlaza. De lo que estoy hablando es de que un/a artista regenerativo/a (por diferenciarlo del/la artista demiurgo/a) necesita recordar que incluso en ese momento mágico en el que se enlaza con lo invisible a través de la inspiración y sus propias capacidades, lo que es y lo que hace forma parte de la trama de la vida, una unidad que ya es trascendente por sí misma.

Nada está aislado. Nada es superior o inferior. La obra en la que su autor/a denuncia una injusticia forma parte de la búsqueda del equilibrio en el que están enfrentadas sus protagonistas. Aquellas personas que dicen mostrar la crudeza de la existencia, la monstruosidad y sus horrores a través de una película o una teleserie, están ligadas con la realidad que describen y con lo que generan. Quien, por ejemplo, cuenta el terror en el que viven dos chicas jóvenes en un mundo desquiciado, necesita ser consciente del poder que implica el hecho de narrar. Más allá de qué cuenta y de las técnicas artísticas que va a usar, es importante que se haga otras preguntas. Y no me refiero a cómo va a compartir su relato (qué plataforma, qué canal, con qué campaña publicitaria….) o la intención que tiene a la hora de crearlo. Se trata de asumir que su relato formará parte del imaginario del mundo, de la cosmogonía en la que todos participamos, y esto también forma parte de la expresión simbólica de la trama de la vida. Si aceptamos que este planeta muestra evidentes signos de agotamiento hemos de asumir que nosotros/as, como parte del mismo, también vivimos este cansancio, que emocionalmente expresamos a través de malestares en ocasiones insostenibles. El planeta ya no puede asimilar más tóxicos. Los horrores pueden contarse sin generar más horror.

Este planeta necesita narraciones humildes capaces de compartir gloria con las semillas, incluso cuando abordan lo tremendo.

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