Más duradera, más económica y más respetuosa con el medio ambiente, esta revolucionaria tecnología podría revolucionar la iluminación urbana.
La primera alerta publicitada provino de astrónomos en la década de 1970 que se quejaron de verse obstaculizados en sus observaciones del cielo y las estrellas por la masificación de la iluminación artificial en los países occidentales. Pero ya en el siglo XIX, los científicos, naturalistas y ornitólogos en particular, ya notaron que la iluminación podría desorientar a las aves migratorias y provocar una mortalidad significativa.
A medida que el fenómeno se agrava, ya no hablamos de molestia sino de contaminación lumínica. Según el primer atlas basado en imágenes satelitales, se estima que a principios de la década de 2000 afectó a casi el 20% de los territorios del mundo. Y el fenómeno solo ha progresado a lo largo de las décadas hasta un 6% anual, afectando ecosistemas y humanos. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) acabó llevando en 2014 la recomendación de incluirla entre los indicadores de presión sobre la biodiversidad.
En Francia, el mismo deterioro es cierto. La Asociación Nacional para la Protección del Cielo y el Ambiente Nocturno (ANPCEN), que lucha contra la contaminación lumínica, informa que en los últimos veinticinco años, la cantidad de luz emitida ha aumentado en un 94% en nuestro país solo para uso público. Encendiendo. A lo que habría que sumar las luces emitidas por anuncios, rótulos luminosos, fachadas, escaparates, oficinas desocupadas o aparcamientos.
Tras la inclusión de la contaminación lumínica en 4 leyes y varias normativas obtenidas tras una dura lucha, el gobierno finalmente anunció en 2018 medidas para reducir la iluminación en lugares públicos. Desde 2021, estas nuevas reglas se relacionan con las limitaciones de franjas horarias, pero también con la orientación de la iluminación, con los estándares de flujo luminoso y sus temperaturas de color.
Por otro lado respecto al alumbrado público, todavía nada. Sin embargo, es la fuente más importante de contaminación lumínica.
Según ADEME, los 11 millones de puntos de luz que componen el alumbrado público requieren una potencia cercana a los 1300 MW, es decir, la potencia que entrega una central nuclear reciente a plena carga. El alumbrado público corresponde al 41% del consumo eléctrico de los municipios y emite 670.000 toneladas de CO2 al año.
Dado que se ha constatado que el fuerte aumento del alumbrado nocturno no solo tiene consecuencias deletéreas sobre una serie de especies sino también sobre el sueño y la salud de los ciudadanos, cada vez son más los municipios que han decidido actuar, sobre todo porque el alumbrado público supone el 40% de la población. su presupuesto
Poitiers, por ejemplo, ha generalizado el apagado del alumbrado público en toda la ciudad desde la medianoche hasta las 5 de la mañana. Limoges y Annecy son las dos primeras ciudades de más de 100.000 habitantes que han puesto en marcha un plan de acción global para combatir la contaminación lumínica.
La Asociación Nacional para la Protección del Cielo y el Ambiente Nocturno (ANPCEN) también ha organizado el sello nacional “Pueblos y Pueblos Estrellados”, que promueve iniciativas para mejorar la calidad de la noche y el ambiente nocturno al que se han sumado más de 720 municipios. unido.
Iluminación urbana más sobria y económica
El alumbrado público en Francia está generalmente en mal estado. El Sindicato del Alumbrado estima que al menos el 40% de las luminarias en servicio tienen más de veinticinco años, la renovación de las farolas será una oportunidad para mejorar las instalaciones. Están surgiendo muchas soluciones de iluminación inteligente, pero la ecuación más coherente sigue siendo poner la luz en el lugar adecuado, en el momento adecuado y con la intensidad adecuada. Es sobre este principio que el joven fotógrafo parisino Glowee propone repensar por completo la iluminación urbana. Gracias a la tecnología de bioluminiscencia, su fundadora, Sandra Rey, quiere hacer que la iluminación sea más natural y sostenible.
A diferencia de las farolas convencionales, que a menudo emiten una luz deslumbrante y deben estar conectadas a la red eléctrica, la bioluminiscencia proporciona luz con un tono azul verdoso y longitudes de onda más cortas.
Al igual que las luciérnagas, las luciérnagas y la gran mayoría de las especies marinas, esta luz la proporcionan las bacterias, organismos vivos que se pueden cultivar hasta el infinito, explica Sandra Rey.

En sus laboratorios de Genopole d’Évry, el equipo científico de Glowee lleva siete años realizando pruebas para cultivar los mejores ejemplares que puedan iluminar nuestras ciudades.
No patógenas, no tóxicas, se trata de mejorar, sin modificaciones genéticas, estas bacterias para hacerlas más eficientes en cuanto a producción de luz, intensidad, estabilidad y vida útil, precisa.
Esta investigación ha permitido hasta el momento obtener una potencia máxima de 15 lm/m2, frente a los 25 lm/m2 del alumbrado público de parques y jardines, por ejemplo. Si todavía no es suficiente para iluminar y asegurar la red viaria, ya es suficiente para otros muchos usos como la iluminación de vías peatonales, plazas, zonas de descanso o incluso señalización y vallas publicitarias.
La otra ventaja de la luz desarrollada por Glowee es que es líquida. Por tanto, puede atravesar tuberías, tubos, marcos, superficies planas y todo tipo de mobiliario urbano imaginado por sus diseñadores.
Los dispositivos desarrollados por la empresa consisten en inyectar aire y nutrientes a través de un sistema automatizado para producir luz de forma continua. Exactamente como se daría de comer a un pez dorado en un acuario, resume Sandra Rey.

Una alternativa a la bombilla LED
Bolardos, montantes, bancos, luces de neón, estos nuevos tipos de mobiliario urbano ya se han probado en los campus universitarios e incluso en la sala de espera del aeropuerto Roissy Charles de Gaulle.
Pero es la ciudad de Rambouillet la que ha apoyado al joven retoño desde el principio, que según el equipo municipal tiene una solución que responde a los retos medioambientales. En 2019 firmó un convenio y una aportación de 100.000 euros para apoyar la innovación francesa. A finales de año, será la primera ciudad de Francia en probar vallas publicitarias al aire libre. El experimento permitirá medir el feedback de los ciudadanos sobre este tipo de tecnologías y definir nuevos proyectos de desarrollo e iluminación para la ciudad.
Glowee tiene la intención de posicionarse en la transición ecológica de las ciudades compitiendo con los LED, cuya producción, que consume mucha energía, requiere muchos recursos cuando las bacterias bioluminiscentes tienen una vida útil potencialmente infinita y son totalmente de origen biológico.
Ya titular de tres patentes, todavía tiene un largo camino por recorrer para mejorar su proceso porque las bacterias son sensibles a las bajas temperaturas y deben ser constantemente abastecidas de nutrientes.
Consciente de los desafíos a los que habrá que hacer frente, la empresa francesa está, no obstante, a la vanguardia en su campo y tiene la intención de profundizar en su investigación.
La Comisión Europea le concedió una financiación de 1,7 millones de euros. También cuenta entre sus inversores con FEDER y el apoyo ciudadano a través del crowdfunding. Hay que decir que tanto los intereses medioambientales como los económicos son importantes.
Si Glowee pudiera desarrollar su proceso a gran escala, podríamos ver en unos años las ciudades bañadas en una relajante luz azul verdosa, una luz que según Sandra Rey es más armoniosa, ideal para crear atractivo, convivencia y sentimiento de pertenencia.