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La salud y el lugar donde vivimos

¿Conocemos realmente cómo es nuestro hogar? ¿Qué radiaciones dañinas pueden enfermarnos? En este artículo te lo explicamos y te damos pautas para evitarlas

Hemos decidido cuidar nuestra salud y buscamos nuevos hábitos saludables para nuestras vidas: cuidamos la alimentación, el ejercicio, cambiar nuestras relaciones con el estrés…, pero, ¿sabemos qué otros factores pueden influir en nuestra salud?

Imaginemos que vamos al médico porque sufrimos alguna dolencia, nos preguntará por nuestros síntomas para entender qué es lo que nos sucede, también puede preguntarnos por nuestros hábitos con objeto de conocer mejor los factores que pueden estar incidiendo en nuestra salud, hábitos como el consumo de alcohol, tabaco, dieta, ejercicio, etc. Además, también puede pedirnos unas pruebas diagnósticas convencionales, como una analítica de sangre o unas radiografías.

También podría preguntarnos sobre el posible estrés sufrido en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Los malos entornos familiares o laborales son factores socio-psicológicos, cuyas influencias ya son conocidas en la salud.

Pero, si el médico además también nos preguntase: ¿Cómo es el lugar donde vivimos? ¿Podríamos entender si nuestro hogar puede tener, o no, consecuencias en nuestra salud? ¿Nos sorprendería? ¿Conocemos la realidad de nuestro hábitat en materia de salud?

Es muy probable que nos quedásemos con los ojos bien abiertos por las interrogantes creadas.

¿Es que puede enfermarme mi propia casa? ¿Cómo?

En realidad, podemos estar hablando de un factor tan importante como cualquiera de los mencionados. Los lugares en los que habitamos, vivimos nuestras vidas, pueden ser fuente de salud o pueden resultar otro factor añadido a los hábitos negativos que la merman. Es más, en algunos casos puede tratarse del factor principal.

No estamos hablando de un concepto novedoso, hace aproximadamente 2.430 años, Hipócrates, considerado como el padre de la medicina, escribió un texto titulado “Sobre los aires, aguas y lugares” donde textualmente escribió: “La Salud es el lugar, el aire y los alimentos”

En la actualidad, cada vez son más los médicos que empiezan a comprender que el propio hogar (el lugar) es también un factor importante en la salud de sus pacientes, donde pueden estar expuestos a contaminantes físicos de carácter electromagnético o químico, procedentes de múltiples fuentes.

También de factores de riesgo para la salud que surgen de la propia naturaleza geofísica del lugar elegido para la edificación, o de los sistemas constructivos, de los materiales, instalaciones y de los dispositivos o aparatos electrónicos que forman parte de la logística necesaria en un edificio moderno. Antiguos y nuevos retos que forman parte del hábitat contemporáneo.

Nuestro entorno

Pero, ¿cómo podemos saber si nuestro entorno es realmente sano? ¿Cómo saber si nuestra casa nos está ayudando a tener un buen estado de salud, o, por el contrario, puede enfermarnos?

Pues bien, de igual forma que para conocer el estado de salud de una persona necesitamos realizar una serie de análisis clínicos y sopesar los resultados a través de los conocimientos y experiencia de los profesionales de la salud, para definir la calidad del ambiente de nuestros hogares y su influencia en nuestra salud y confort, es preciso realizar un análisis de salud geoambiental con objeto de conocer el alcance real de los factores geofísicos, electromagnéticos, químicos y puede que biológicos de nuestros ambientes habituales.

Así, en el interior de los edificios, en nuestro propio hogar, podemos estar expuestos durante horas a una multitud de campos de naturaleza electromagnética en sus variantes eléctricas y magnéticas sin ser conscientes de ello. Normalmente los campos electromagnéticos son imperceptibles para nuestros sentidos, a excepción de los campos eléctricos estáticos, generalmente producidos por los materiales sintéticos de los revestimientos de suelos o paredes, que se hacen inexorablemente perceptibles porque vienen acompañados de numerosos e irritantes chispazos. Como cuando acercamos el dedo a un picaporte y recibimos una descarga, pero el efecto de los campos electromagnéticos son mucho más intensos y continuados. Para el chispazo del picaporte hacen falta unos 3.000 voltios, y en el caso de algunos materiales con altas propiedades triboeléctricas utilizados en superficies y mobiliario, no bajamos de entre los 14.000 y los 11.000 Voltios. 

Otro ejemplo son los pavimentos de tarima flotante con laminados plásticos que se encuentran muy extendidos en la actualidad por su bajo coste y fácil instalación, pero han generalizado la presencia de cargas estáticas en muchos hogares y oficinas. Los campos estáticos, además de los desagradables y continuados chispazos, generan estados de irritación nerviosa, astenia, dolores de cabeza, cansancio visual y, en su versión más extrema, la desagradable lipoatrofia semicircular, fenómeno que fue relacionado por primera vez con la naturaleza de los llamados edificios enfermos en 1974 por los médicos alemanes, Gschwandtner y Munzberger.

Pero, lo más normal es que, además, este factor se encuentre combinado con campos eléctricos y magnéticos procedentes de las instalaciones eléctricas y de los diferentes aparatos que utilizamos en viviendas y oficinas. Electrodomésticos, alumbrado, equipos de entretenimiento, comunicación o trabajo y, por supuesto, los cables eléctricos que alimentan a estos dispositivos, sin olvidar fuentes próximas a los edificios, como las líneas eléctricas de alta y media tensión, líneas que, en muchos casos, no podemos observar a simple vista por encontrarse soterradas en las aceras de nuestras calles. Transformadores urbanos, antenas de telefonía móvil y un sin fín de elementos que forman parte de nuestras ciudades que, poco a poco, han ido cambiando la naturaleza energética del medio natural en el que hemos evolucionado como especie durante millones de años, un sofisticado entramado tecnológico que apareció de repente en el mundo hace tan solo 140 años, cuando la compañía de electricidad de Edison iluminó la ciudad de Nueva York con energía eléctrica, la primera ciudad en el mundo con dispositivos eléctricos moviendo y alumbrando las vidas de sus habitantes desde 1882.

Hoy en día, las imágenes de la tierra de noche tomadas por la estación espacial internacional dan fe de cómo ha cambiado el mundo en tal aspecto, la electricidad está en todas partes.

Recuerdo la primera mitad de mi vida en un ambiente tecnológico carente de las estimulantes y sofisticadas necesidades tecnológicas indispensables para nuestro modo de vida actual y un tiempo del que solo nos separan, en mi caso, tres o cuatro décadas. Parece que olvidamos con facilidad cómo era el medio tecnológico de nuestro cercano pasado.

El riesgo de los campos electromagnéticos

Tenemos una reducida perspectiva de los riesgos que entrañan los campos electromagnéticos artificiales con los que convivimos para la salud, pero en ese estrecho margen de tiempo que llevamos conviviendo con ellos, se han observado suficientes casos y se han realizado miles de estudios, https://bioinitiative.org/, como para que la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la OMS, el IARC, clasificara los campos electromagnéticos de 50 Hz como posibles cancerígenos en el año 2001. Estos campos son producidos por la electricidad de consumo a través de sus líneas de transporte, centros de transformación y equipos de consumo en hogares, oficinas e industrias, vamos, la electricidad que sale de los enchufes.

Nuevos sistemas, nuevos campos 

Y más recientemente, también nos encontramos inmersos entre los campos generados por los nuevos sistemas de comunicación inalámbricos, como la telefonía móvil desde las primeras GSM hasta la actual 5G, y ya viniendo, la 6G. También los dispositivos wifi, los teléfonos inalámbricos, y otras fuentes más exóticas, como los radares de uso civil o militar; y sí, he visto gente viviendo a decenas de metros de radares de aeropuerto.

Bueno, estas frecuencias también fueron incluidas por el IARC (Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer) en la misma categoría que los campos producidos por la electricidad de consumo como posible cancerígeno en el año 2011. 

Y, por los miles de estudios existentes hasta la fecha, se sabe que no solo son factores de incidencia en el cáncer, también pueden afectar a las funciones de cualquiera de nuestros sistemas y órganos, por lo que los campos electromagnéticos presentes en nuestros ambientes laborales y particulares son un factor principal en el estudio de la salud geoambiental.

Radares de Paracuellos del Jarama al lado de zonas urbanizadas. En la casa evaluada, se observaban valores de entre los 27,8 y los 199,9 μW/cm2. Muy lejos de los 0,1μW/cm2 recomendados por la comunidad científica en Salzburgo en 2001. Foto: © Instituto Salud Geoambiental

Factores geoambientales naturales

Pero, también existen factores geoambientales que siempre han estado presentes en el mundo, y desde mucho antes de que el ser humano tuviese interés en el sector inmobiliario. Estos factores surgen de la propia tierra, factores como las alteraciones geofísicas en el campo geobiológico global y las fluencias radiactivas de los minerales que forman los suelos y rocas de cada lugar del mundo. Si los hombres y mujeres de las cavernas han compartido algún factor geoambiental con el ser humano contemporáneo, estos han sido los lugares geopatógenos, y otros factores presentes en el aire de las cuevas en las que habitaban, como el gas radón o los microorganismos endémicos.

Levantamiento de plano tras realizar el estudio geobiológico de una parcela. Imagen: © Instituto Salud Geoambiental

Los lugares geopatógenos, son áreas de la superficie de la corteza terrestre que crean enfermedad por exponerse durante largos periodos de tiempo a las características dañinas de los campos geofísicos presentes en estos lugares. 

Los campos geofísicos son necesarios para la buena salud de los organismos vivos del planeta, pero en algunas áreas son interferidos por elementos geológicos de la corteza terrestre, elementos como corrientes de agua subterránea, fallas y un sinfín de elementos geológicos que producen variaciones en la intensidad y la frecuencia de los campos eléctricos y magnéticos naturales volviéndolos perjudiciales para la salud.

Ubicar un edificio y la salud geoambiental

A la hora de ubicar un edificio, o crear las distribuciones adecuadas de los espacios sensibles en un proyecto de edificación, es de gran importancia incorporar este factor dentro del estudio de salud geoambiental, la base de un edificio saludable parte siempre del estudio geobiológico previo del lugar donde se va a construir, el plano de acontecimientos geobiológicos ayuda al diseño del edificio con objeto de encontrar el mejor lugar para su ubicación y distribuir adecuadamente las áreas más sensibles y de alta permanencia, como son los dormitorios.

Acontecimientos geobiológicos: líneas Hartmann, Curry, venas de agua… Foto: © Instituto Salud Geoambiental

El gas radón

Y por supuesto, en todo estudio de salud geoambiental no debemos olvidar la calidad del aire que respiramos. Recordemos que Hipócrates, además de los alimentos, adjudicaba la responsabilidad de la salud al lugar y al aire.

En el aire de los edificios podemos encontrar factores como el gas radón, un factor geoambiental considerado por la OMS como el mayor responsable en la incidencia del cáncer de pulmón después del mismísimo tabaco.

Este gas surge de la cadena de desintegración de elementos radiactivos contenidos en rocas habituales en los terrenos, como los granitos que forman parte de la geología de grandes áreas de nuestro país, como en la sierra de Madrid, el norte de Extremadura o en Galicia.

Hoy día se conocen bien sus efectos en la salud y su comportamiento en el interior de los edificios, un diagnóstico adecuado del volumen de gas radón presente en el interior de una edificación puede evitar un problema de salud grave en un futuro. 

Desde hace poco, los sistemas de prevención ante el radón, están incorporados en el Código Técnico de la Edificación, así, en las nuevas edificaciones se limita el riesgo, pero queda un parque inmobiliario inmenso a expensas de que este factor se conozca más y mejor.

Si quieres profundizar más en este factor de salud geoambiental, te recomiendo que visites la web de nuestro programa de radón que desarrollamos desde el Instituto de Salud Geoambiental donde podrás conocer de forma específica, todo lo que necesitas saber sobre el radón y cómo evitarlo (www.vivesinradon.org).

Otras fuentes a conocer

En el aire interior de los edificios también podemos encontrar material particulado en suspensión, gases de combustión y compuestos químicos volátiles procedentes de múltiples fuentes de contaminación geoambiental, elementos que pueden tener su origen en el exterior del edificio, generados por actividades industriales, calefacciones o tráfico, relativamente cercanos al inmueble. También por la propia actividad energética de los sistemas de combustión, por los materiales empleados para los aislamientos termoacústicos, de los productos químicos en tratamientos de paredes, suelos y mobiliario. Sin olvidarnos de los agentes biológicos endémicos que proliferan por falta de ventilación, de higiene o presencia de humedades. Cada edificio es un mundo.

El aire interior

La contaminación del aire es un factor geoambiental que fue reconocido como cancerígeno por la OMS en octubre de 2013.

El lugar en el que vivimos y el aire que respiramos pueden ser fuente de salud y calidad de vida para todos nosotros. Si padecemos problemas de salud sin identificar, de forma recurrente, considero una buena idea empezar por realizar una visita a nuestro médico y, por qué no, también podríamos ver cómo es la salud geoambiental de nuestro hogar. 

¿Recordamos cuando nos hicimos por última vez un chequeo médico?, ¿alguna vez hemos realizado un análisis de salud geoambiental en nuestro hogar? ¿Conocemos realmente cómo es el lugar en el que vivimos? 

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