Al alcalde de Bristol, George Ferguson, se le reconoce de lejos por sus pantalones rojos, y eso facilita notablemente la labor. La primera vez lo vimos pedaleando a la lejos, mientras remontaba a todo pedal la cuesta de College Green, camino del Ayuntamiento, donde cuenta con el aparcamiento reservadísimo para su bicicleta.
Ahí tuvimos un primer y simpático intercambio, preámbulo de un segundo e inesperado encuentro con los voluntarios de Bristol Green Capital, en el que esbozó su visión de futuro para la ciudad imperfecta: “No somos ni Amsterdam, ni Compenhague, y jugamos con esa ventaja. Aún nos queda un largo trecho para llegar a un 30% del uso de la bicicleta, pero en otros campos como la alimentación, la economía local o la energía estamos abriendo brecha. Y estamos, además, intentando hacerlo de una manera inclusiva, ensanchando todo lo posible el concepto de ciudad verde para que nadie se quede fuera”.
George Ferguson es arquitecto e “independiente”. Bristol es tal vez la ciudad más progresista de las islas (la San Francisco británica, con su puente colgante de Clifton), pero el alcalde ha tenido la virtud de trascender la política y subirse a la ola de una auténtica marea ciudadana en casi todos los campos imaginables.

Como Portland o como Sevilla, Bristol es una ciudad “mutante” que ha sabido subirse al tren de los tiempos. La vibrante comunidad artística de Stokes Croft (el barrio que alumbró el arte callejero de Banksy) o el pujante Festival de Ideas que se prolonga durante todo el año son dos referentes mundiales, al igual que la regeneración del tejido industrial y la reconversión de la Fábrica de Tabaco en uno de los primeros “hubs” de innovación a la vuelta del siglo.
“Estamos en una ciudad con un trazado imposible, pero eso hace aún más fascinante el trabajo de un urbanista, que debe ser el de velar sobre todo por el tejido humano”, sostiene Ferguson. “Creo sinceramente que estas ciudades de tamaño medio van a ser los laboratorios de lo posible. Lo que estamos logrando en Bristol es fruto del impulso conjunto de las instituciones, las empresas y los ciudadanos, unidos en una visión que puede servir de modelo al resto del mundo”.
El alcalde Fergurson, por cierto, recibe su sueldo en libras de Bristol: la moneda social y complementaria que inició su andadura en el 2012 bajo el lema “Nuestra ciudad, nuestro dinero, nuestro futuro”. Hoy por hoy circulan más de 600.000 euros en la divisa local, aceptada por medio millar de negocios y respaldada por la Cámara de Comercio. La moneda local puede cambiarse por libras esterlinas -a idéntica cotización- en varios puestos instalados en la calle. Todos los billetes llevan la estampa genérica del “Pueblo de Bristol” y son una garantía de un porcentaje cada vez más alto de la economía local se queda circulando en la ciudad.

Con más de medio siglo de tradición, la Soil Association es tal vez la institución más emblemática de Bristol, pionera en el impulso de la agricultura ecológica en el mundo. El programa Sustainable Food Cities Network intenta impulsar la creación de mapas de producción ecológica en el perímetro urbano de las ciudades. El Bristol Food Network y la asociación Increíbles Comestibles están creando también sinergias de cultivo en espacios públicos y asegurando que la comida local y ecológica llega a todos los barrios.
El proyecto Happy City es otra de las ideas más innovadoras “made in Bristol”. Creado hace cuatro años, bajo la supervisión de la New Economic Fundation (NEF), intenta medir y mejorar la “felicidad media” de los ciudadanos. «La búsqueda de la felicidad es en el fondo lo que mueve el mundo», apunta Liz Zeidler, cofundadora junto a su marido Mike. «Pero mucha gente tuerce el gesto cuando le hablas la felicidad planetaria o del índice de felicidad nacional. Las barreras se derriban sin embargo desde lo local y es ahí donde se hace también la conexión necesaria. La ciudad es la escala ideal para trabajar desde la base: en las comunidades, en las escuelas, en los lugares de trabajo, en los hospitales y hasta en las prisiones».

Granja de St, Werburghs.
Bristol Solar City es otra iniciativa ciudadana, con el objetivo de instalar un gigavatio de potencia solar en los tejados y en la periferia de la ciudad de aquí al 2020. El Ayuntamiento se ha subido al carro con la creación de su propia “fuerza de choque” que llenará los tejados de los edificios públicos de placas fotovoltaicas, empezando por las escuelas. La ciudad es también sede de Ovo Energy, la distribuidora alternativa que está poniendo en jaque al oligopolio eléctrico en Gran Bretaña.
En el campo de bioconstrucción y la autoconstrucción, Bristol merece también una mención de honor con Ecomotive, la empresa social creada por Jackson Moulding. La ciudad es caldo de cultivo de ecoaldeas urbanas como St. Werburghs, donde la vida gira en torno a la increíble granja urbana, con su casa del hobbit y su popularísimo City Farm Café.
El transporte es quizás la asignatura pendiente de Bristol, que gana cada vez más terreno para las bicicletas y levanta barreras todos los domingos al tráfico motorizado con “Make Sundays Special”, el programa que convierte cada barrio en una fiesta. De aquí ha brotado también el programa Sustrans, para llevar la movilidad a los barrios más desfavorecidos y lograr el objetivo de que cuatro de cada cinco desplazamientos en el 2020 sean a pie, en bici o en transporte público. Y eso por no hablar de Hydrogenesis, el barco de hidrógeno que está rompiendo moldes por los cañones del río Avon.
Cerramos este recorrido trepidante por la ciudad posible con Jonathon Porritt, ecohéroe local, fundador del Foro para el Futuro y autor de “El mundo que hicimos”: un viaje decididamente optimista al 2050 y de todo lo que fuimos capaces de hacer por el bien del planeta. ¿Nos unimos a Bristol?