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Cómo narrar ese paisaje que ilumina el rayo en la noche

Llueve, llueve en el cuerpo; las gotas no repiquetean en el tejado o en el asfalto sino en mi piel cada vez que asomo la cabeza del agua.

El mar se hace más tibio y salta con cada gota. Las nubes evolucionan obedeciendo a un tiempo que no es humano. Truena a lo lejos. Cuando llego al barco el mar ya es metálico, el cielo también. Una cortina de lluvia avanza hacia el rincón en el que hemos fondeado. La noche quiere adelantarse. Con el cabello aún húmedo y una taza de te caliente, abro el ordenador. Ya he vivido este privilegio otras veces, no muchas. Observo cómo el horizonte va tiñéndose de gris y quedo en silencio. Quizás un rayo abra la oscuridad y muestre la transfiguración del paisaje.

Sé que no podré contemplar la metamorfosis del horizonte, sin oscuridad ni tormenta. Estos dos elementos no suelen ser bienvenidos, y más para quien no tiene una ventana a la que asomarse y vive sobre el agua. Sin embargo he aprendido que en ausencia de estos dos fenómenos todo es simplemente visible. Para experimentar la impresionante visión provocada por el rayo, para ver la cara oculta de la vida, es necesario hacerse un sitio en la oscuridad en días de tormenta.

Ahora que todo parece noche y nos contamos que diversas crisis asolan la vida de este planeta hemos de aprender a sostener tinieblas y temporales. Es el momento de contar aquello que enlaza todo lo vivo y crear narraciones preñadas de vida, ¿hablamos del frío y describimos la destemplanza o fijamos la vista donde intuimos que se esconde el horizonte e intentamos ir más allá? ¿Cómo narrar que no suene a espanto, sentencia, nihilismo o escapismo? ¿Dónde dejas tu consciencia compasiva cuando te dispones a narrar los tiempos oscuros? ¿Serías capaz de aliarte con las tormentas? ¿Sostenerlas para que al caer ese rayo que ilumina el horizonte puedas decir ¡Eureka! con voz atronadoramente amorosa?

Todo sucede. No se trata de provocar un destello, sino de estar abierta/o cuando esto sucede. Probablemente hayas experimentado alguna vez esa certeza que te hace sentir que lo entiendes “todo” sin poder explicar qué es exactamente ese “todo”. Ese es el punto de partida, arrancas a escribir a tientas, pero sabiendo que ese paisaje existe y te espera. Los/as poetas saben que es ese rayo el que mueve la pluma. Este planeta necesita que la observemos despiertos/as; ante tanta visibilidad, tanta exposición, tanto derroche, la vida necesita recordar su esencia para nutrirse y recuperar la energía perdida.

¿Qué crees que debería poner en juego una persona dispuesta a regenerar la vida con sus relatos? ¿la intuición? ¿el conocimiento? ¿la silenciosa escucha atenta? ¿la contemplación? ¿el corazón encendido? No es la mente, o no solo ella, la que se pone en marcha. Quizá la suma de todo esto y más. Quizá, simplemente, quedarnos en silencio, en quietud y contemplar las tinieblas absoluta e íntegramente despiertas/os dispuestas a narrar el fulgor.

En “La rebelión de las formas”, Jorge Wagensberg recuerda cómo Picasso se planteó captar la “esencia” de un toro, un elemento muy representado en su obra. Tal y como muestran los grabados que realizó a lo largo de dos años (1945 y 1946), el pintor repetía el trazo e iba eliminando, desnudando la figura real de sus accesorios hasta encontrar la belleza. El artista consiguió retratar la estructura profunda de ese toro aligerando el trazo, desandando el camino de la historia del arte y las tradiciones, de-construyéndola para dar un paso más. Quizás no tenía una pregunta pero sabía que la respuesta no era la copia fiel del toro real. Hacer bocetos, uno tras otro, era una forma de quedarse en silencio, una manera activa de atenta escucha. Más que llegar a un destino, reconoció en qué momento la esencia hacía acto de presencia en su cuaderno. ¡Eureka! Con apoyo de su intuición, ante la desnudez de sus certezas, esa metáfora visual representó lo que intuía. El paisaje que llevaba en su interior, se iluminó de golpe. Los acontecimientos humanos tienen también esencia, ánima. Quien desee narrar el comportamiento de nuestra especie como parte de la existencia de este planeta necesita entender en qué consiste esencialmente narrar, así comprenderá cuál es su función dentro de esta trama y podrá imaginar formas de contribuir al sostenimiento de la vida. El director de cine ruso, Andrei Tarkovski, definió el acto de narrar como una forma de “esculpir en el tiempo”. Así fue como tituló el ensayo sobre la experiencia de narrar audiovisualmente. Empezó a escribirlo en un parón creativo, cuando había anunciado su renuncia al cine y se mostraba dispuesto a desprenderse del acto de filmar una película. La noche se cernía sobre su creatividad. Es en ese momento cuando inicia un viaje reflexivo sobre su propio proceso artístico, su insatisfacción al observar espejos ajenos, la conexión con sus propias ideas en torno a la narración audiovisual, hasta comprender que él seguía haciendo cine entre película y película, sin cámara alguna, en soledad. La expresión de ese rayo de luz que le hizo ver su propio paisaje interior desembocó en una metáfora: “esculpir en el tiempo”. Con ella quería expresar que se veía como un escultor que arranca, o corta, o deshecha trozos de tiempo del mismo modo que quien esculpe arranca trozos de materia a una roca, madera o metal. Como hombre que hace cine imaginaba ciclos de vida hechos de narraciones audiovisuales que iba deshojando, despojándose de todo el material sobrante, hasta quedarse con esas dos o tres horas que podría durar “la” película.

Esculpir en el tiempo, ver menos y percibir más, hacerse preguntas, atender a los pálpitos del corazón, escuchar el inconsciente, honrar la memoria ancestral que palpita en cada una de nuestras células, perdernos en esa trascendencia que da sentido a un nosotros tan sólido como un “yo” y tan amplio como el universo entero. ¿Cómo no querer desembocar en una metáfora que sea capaz de representar ese paisaje transfigurado? ¿Cómo no querer presenciar ese rayo de luz en la oscuridad en este momento histórico en el que el planeta entero parece tener tanta hambre de esperanza? Cómo no desear atronar la noche exclamando ¡Eureka!, ¡lo he visto!, ¡entiendo!

Narrar no es el primer paso. La metáfora llegará después. Dormir, jugar, dejar a un lado nuestras inquietudes, permitir que nuestro inconsciente fermente mientras realizamos nuestros recorridos cotidianos, son acciones que nos permitirán observar la noche de forma renovada y favorecerán ese desbroce que implica esculpir en el tiempo.

Tarkovski dice en su ensayo: “En todas mis películas me he esforzado por establecer lazos de unión que aúnen a las personas (dejando de lado los intereses meramente materiales). Lazos de unión que, por ejemplo, a mí mismo me unen a la humanidad y que a todos nosotros nos ligan con lo que nos rodea. Tengo que sentir imperiosamente mi continuidad espiritual y el hecho de que no me encuentro por azar en este mundo”[1]. La continuidad, ese hilo que enlaza lo existente, ese hilo que se transfigurará ante la luz y es horizonte, esa línea que observo casi como si tuviera los ojos cerrados, se va desdibujando lentamente ante mí. En medio de la tormenta el cielo y mar se abrazan, recordándome que todo es agua, que somos agua.

[1] . “Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine” Andrei Tarkovski. Ed. Rialp. 1991

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