¿Cómo ganarse la vida de una forma justa? La vista desde el huerto familiar de Craig, un huerto permacultural silvestre, en uno de los extremos de la comunidad Findhorn, es profundamente familiar y tranquilizadora. Por un lado, la Torre Moya, el gran molino de viento de la comunidad, del cual Craig es inversor y accionista. Por el otro, el bosque de pinos sobre dunas de arena, gestionado por Dunelands, una sociedad formada por varios miembros de la comunidad, entre los que se incluye Craig, quien a su vez es miembro de la cooperativa maderera que se hace cargo de la madera y la transforma.
Agricultura Apoyada por la Comunidad
Desde el mismo huerto se divisa uno de los puntos de recogida de verduras frescas ecológicas, al que 200 suscriptores, entre los que se halla Craig, acuden a recoger cada viernes sus cajas de verdura dentro de un sistema de Agricultura Apoyada por la Comunidad (CSA: Community Supported Agriculture), existente en Findhorn. Craig fue también una de las primeras personas que compraron bonos para un proyecto de compra de ganado que había iniciado otro agricultor de la comunidad y que esperaba conseguir con estos bonos el capital necesario para su empresa. Los dividendos se pagan en queso y estiércol.
Invertir en otros negocios comunitarios
Desde el mismo sitio se alcanza a ver el banco Ekopia Exchange, creado por la comunidad, y que permite a sus miembros, Craig incluido, invertir en otros negocios comunitarios. Al lado está la tienda, negocio del que Craig es accionista, y que acaba de recibir un préstamo del banco Ekopia Exchange. En la tienda, como en la mayoría de los otros negocios existentes dentro de la comunidad —la Fundación (que organiza cursos educativos), el café, la panadería, el teatro, la empresa de construcción, la empresa de servicios IT y otros muchos que trabajan por su cuenta (artesanos, terapeutas, artistas)— se utiliza en las mismas condiciones que la libra, el EKO, la moneda local de la comunidad Findhorn.
Sostener lo que estábamos creando
Cualquiera pensaría que Craig es un hombre muy rico, inversor en media docena de empresas, todas ellas a su alcance desde su privilegiado terreno. ¡Nada más lejos de la realidad! “Que cómo he hecho para poder invertir unos dineros aquí y otros allá, es algo que no sabría decir”, afirma, con una mirada de auténtica sorpresa en su rostro.
“En parte es porque las diversas empresas que se montaron en la comunidad, y que pedían nuestro apoyo económico, nos lo pusieron fácil para dárselo. Pudimos ir aportando el dinero poco a poco en un largo periodo de tiempo. Pero la razón última es una cuestión de prioridad. Para nosotros era realmente importante sostener lo que estábamos creando aquí y utilizar todos los recursos que pudiéramos reunir para dar ese apoyo, en lugar de invertir en armas, bombas, tabaco o en cualquiera de las empresas en las que invierten los bancos comerciales nuestros ahorros.”
En este último argumento se halla uno de los motivos últimos que permiten a Craig, y otras muchas personas que viven en ecoaldeas como Findhorn, ganarse la vida de una manera justa. El escritor norteamericano Michael Shuman lo dice bien claro: “Lo fundamental para una comunidad es comenzar a poner todas las piezas juntas en un mismo lugar. Entonces, y sólo entonces, se puede empezar a disfrutar de la sinergía que resulta cuando la propiedad local está ligada con la producción local, la inversión local, el consumo local y el empleo local”.
Hablemos de sinergias
La sinergía es el punto fundamental. Ser miembro de un una asociación de consumidores de productos ecológicos, por ejemplo, es sin duda algo muy bueno. Pero no es suficiente. Aumentamos la calidad nutricional de nuestra comida, pero el hecho por sí mismo sólo tiene un impacto significativo en un aspecto de nuestra vida. Y deja fuera de nuestro control otros muchos aspectos, que siguen siendo claramente injustos, insostenibles e insatisfactorios —como el tener que ganar dinero en un trabajo que no nos sirve ni sirve al planeta, el tiempo que perdemos mientras nos trasladamos al trabajo, el hecho de que la mayoría de viviendas y asentamientos humanos hagan un gasto excesivo de energía, las condiciones bajo las cuales se fabrica la mayoría de nuestra ropa, muebles y otras cosas que necesitamos, etcétera, etcétera—.
Vivimos en un mundo en el que es condenadamente difícil para mucha gente vivir de manera justa y simple. Las fuerzas ocultas que impiden llevar a cabo una acción razonable e inteligente parecen demasiado poderosas como para luchar contra ellas.
Economía: crear un sistema cerrado
Pero si ponemos juntas todas las piezas del puzzle, si combinamos la inversión, el consumo, la propiedad y el empleo, todo ello dentro de un ámbito local, con un mayor impulso por la comunidad, ganarse la vida justamente se hace mucho más factible. Pongamos por caso la circulación de dinero.
El dinero es a la comunidad como la sangre es al cuerpo. Una investigación reciente demuestra que hasta el 80% del dinero que entra en las reservas indias de Estados Unidos, sale en menos de 48 horas. Un simple cálculo sirve para hacernos una idea de lo que esto significa: de cada 100$ que entran en el sistema, sólo quedan 20$ después de un ciclo, 4$ después de 2 ciclos y luego sólo 1$, un valor total para la comunidad de 125$ antes de que ese dinero desaparezca definitivamente. Si las cosas ocurrieran al revés, si sólo el 20% del dinero entrante abandonara la comunidad en 48 horas, el valor de ese dinero para la comunidad antes de perderse llegaría a ser de 500$.
¿Por qué no ir un poco más lejos y crear un sistema cerrado? En el primer año de su emisión, 2002, los 10.000 Ekos puestos en circulación en la comunidad de Findhorn han podido generar un volumen de negocios estimado en unos 225.000$, de los cuales una parte importante se hubieran gastado fuera.
Crear demanda para los bienes y servicios
Aquí la sinergía resulta clara. Muchos de los productos que se venden en la tienda de la comunidad se pueden comprar más baratos en el supermercado de la ciudad. Sin embargo, para aquéllos que viven de los servicios que ofrecen al resto de la comunidad (que vienen a ser casi todos: cuidar niños, hacer mermelada, vender plantas, masajes, albañiles…, la lista no deja de crecer), resulta más apropiado comprar dentro de la comunidad porque así se crea demanda para los bienes y servicios que ellos a su vez ofrecen.
Además, los accionistas de la tienda cuentan con un 5% de descuento en todas las compras que hacen en ella. Su inversión aumenta de valor cuanto más prospera el negocio.
Conforme prospera el negocio, aumenta el número de empleados, más dinero permanece en el sistema y todo el mundo sale ganando.
Trabajo comunitario
Consideremos ahora por ejemplo los beneficios menos visibles de la propiedad colectiva en varias empresas de la comunidad. Ser miembro del sistema de Agricultura Apoyada por la Comunidad no sólo supone aportar un dinero anual, sino también una pequeña colaboración de trabajo tres veces al año.
Tres turnos de trabajo al año por 200 asociados equivale a un montón de horas de trabajo, pero también a una mayor conexión entre la comunidad, la tierra y los agricultores que la trabajan. Cuando la granja atraviesa un año difícil, siempre es posible llamar a tantas personas como hagan falta para que aporten su trabajo voluntaria y desinteresadamente.
El resultado es la emergencia de una ética diferente. Es evidente que se pueden extraer mayores dividendos invirtiendo en bolsa, ganar un sueldo mayor en un empleo convencional, comprar mantequilla y mermelada más baratas en cualquier supermercado. Pero algo está ocurriendo, una redefinición de los valores, una apuesta por la autonomía, un compromiso con la idea de una comunidad que quiere llevar las riendas de su propio destino.
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La recompensa está en otras cosas
Gente como Craig trabaja muchas horas para ganar una cantidad de dinero relativamente modesta. Pero su recompensa está en otras cosas que no tienen nada que ver con aumentar sus ahorros en el banco. Está en ver cómo el molino de viento produce la mayor parte de la energía que consumimos, en los puestos de trabajo que hemos creado para los jóvenes, en poder disponer de cada vez más bienes que no han sido producidos en condiciones de explotación para las personas o de destrucción del entorno, en la alegría de ser participantes activos de nuestra economía y no consumidores pasivos.
La gente que visita la comunidad Findhorn se extraña a veces de cuanto tiempo dedicamos a cantar, bailar y compartir y aprecia lo importante que son estas actividades para crear un sentimiento de bienestar dentro de la comunidad. Menos visible, pero igualmente importante es conseguir una economía justa: organizar las cosas de tal manera que una gran proporción de los habitantes puedan trabajar dentro de la comunidad, comprometidos en algo que se percibe como lleno de sentido y de valor para uno mismo, para la comunidad y para el planeta.
Mientras tanto, de vuelta al huerto de Craig, el sentimiento de bienestar es evidente.
Una sociedad diferente
Aquí no se desperdicia nada: cualquier cosa biodegradable que haya salido de la comunidad ha acabado probablemente en este lugar, en la pila del compost, en el nuevo cobertizo o en la ampliación de su casa (hecha en un 75% con materiales reciclados). Al pie de la pequeña colina en la que se encuentra el huerto de Craig, la ecoaldea de Findhorn empieza a tomar forma con los nuevos edificios de madera que se están construyendo en el Campo de los Sueños.
Una larga fila de amigos y de estudiantes de alguno de los muchos programas que gestiona la Fundación pasa por delante del huerto, recogiendo algunas frutas y llevándose una primera impresión de cómo se podría construir una sociedad diferente. La percepción es que en este lugar, en nuestro largo proceso de aprendizaje de cómo podemos vivir en la Tierra con una mejor visión y más compasión, se ha dado un importante paso, pequeño pero reconocible.
Jonathan Dawson es uno de los dos secretarios ejecutivos de la Red Global de Ecoaldeas (GEN-Europe). Vive en la comunidad Findhorn, donde enseña Right Livelihood (Ganarse la vida justamente) en el curso de formación en ecoaldeas que la fundación organiza anualmente. Para más información sobre este tema, se puede contactar con el autor: jonathan@gen-europe.org
Artículo publicado en el número 1 de la revista EcoHabitar en primavera de 2004 (número agotado).