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Hablar de paz asusta a los dueños del planeta

En el calendario europeo hemos incluido una nueva efeméride: se ha cumplido un año desde que Rusia invadió Ucrania.

En el calendario europeo hemos incluido una nueva efeméride: se ha cumplido un año desde que Rusia invadió Ucrania.

Es decir, hemos normalizado la existencia de esta guerra hasta el punto de que durante unos días los medios de comunicación y las redes han necesitado recurrir a la sobre-exposición del conflicto para que volviera a atrapar nuestra atención. El bombardeo de testimonios de supervivientes, analistas, disidentes, noticias sobre envíos de armas y gastos militares, giras de próceres azuzando el espíritu bélico… al que nos han sometido, han convertido el aniversario en el espectáculo de una tristeza abrumadora, paralizante para la audiencia, hasta lograr narcotizarla.

Las voces preparadas para hablar de las formas no-violentas de alcanzar la paz apenas han ocupado un sitio en los márgenes de ese ruido, y cuando lo han hecho sus propuestas han sido tildadas de ingenuas. La necesidad de derrotar al enemigo se ha impuesto como única salida en los discursos, debates y tertulias. Nuestro imaginario es ya tan bélico, que consideramos una aberración que la paz se construya a base de visibilizar y entender las causas, escuchar a las partes implicadas y promover desde ahí el diálogo.

Por ende, resulta escandaloso recordar que en un conflicto, cualquier exigencia o una petición tiene sentido y significado incluso si quien lo pide o exige es el enemigo, el adversario o el terrorista. El director de la Escola de Cultura de Pau, Vicenç Fisas, ha recordado en múltiples ocasiones que si nos resulta imposible aceptar esta posibilidad es porque “a medida que avanza la violencia vamos acumulando temas pendientes, arrogancias insoportables, demasiadas injusticias, dobles raseros, fanatismos de todo tipo y falsas verdades”.

Es así como hemos logrado fijar la imagen del enemigo como único referente en nuestras reflexiones y propuestas. De ahí a la justificación de la violencia hay un paso muy pequeño y ese ya lo hemos dado hace meses: ahora hablamos exclusivamente de cómo acabar con el agresor. Apenas es posible cuestionar la realidad desde el respeto y el cuidado de todo lo vivo. Esta situación en la que hemos desembocado no es fortuita, sino fruto de una domesticación de nuestro imaginario perfectamente organizado.

Si nos permitiéramos preguntarnos dónde se está sosteniendo la vida en medio de esta guerra entenderíamos algo realmente revolucionario: la vida está logrando prosperar gracias al poder de lo doméstico. Sin el techo propio, la plenitud del compartido, la olla común se vuelve un acto revolucionario, el apoyo mutuo en una acción NoViolenta.

Garantizar el acceso a la comida, dormir, mantener la salud física y mental, jugar, estudiar, mantener vivos tus vínculos… todo estos actos son constructores de paz y están en manos fundamentalmente de las mujeres. En medio de la destrucción, de las balas, los bombardeos, etc. lo doméstico cobra toda su plenitud y sentido, recuperando el papel que tuvo en las sociedades comunales y eso mina el poder destructor de las élites que se han adueñado del mundo.

En el último informe elaborado por el Instituto Catalán Internacional para la Paz sobre la resistencia civil en Ucrania, recuerda que en los últimos cien años, y por el hecho de enfrentarse al control de múltiples potencias, la sociedad ucraniana ha llegado a crear redes e instituciones informales de poder para autogobernarse e iniciativas alejadas del control de ciertos intereses. La creación de centros de capital social y redes horizontales basadas en la confianza. Este caracter anárquico en la identidad ucraniana les acerca a aquellas sociedades comunales previas a la modernidad de las que habla Laura Rita Segato.

Los actos de lo doméstico ya han sido derrotados

Esta antropóloga, recuerda que hubo un tiempo en el que el espacio doméstico era un espacio ontológicamente pleno, con su propia forma de administrar la vida y de impactar en el destino colectivo, tenía la misma potencia, el mismo poder que el ámbito de ese afuera/público en el que se movían los varones. La modernidad encerró el poder de lo doméstico entre las cuatro paredes del hogar y de este modo lo despolitizó. “La domesticidad se privatizó, se libidizó, se sexualizó y se transformó en completamente íntima, como si en el espacio doméstico no hubiera posibilidad de hacer un impacto en la vida colectiva, cosa que no se pierde en las sociedades comunales”. Entre los edificios destruidos y las calles minadas, los jirones de lo doméstico mantienen viva a la sociedad ucraniana de la mano de las mujeres y de este modo recupera su dimensión política. El hecho de que las noticias hablen del uso de las armas como único instrumento político contribuye a considerar que todos los actos de lo doméstico ya han sido derrotados y sitúa como única vía posible, esa politicidad masculina que aspira a manejar la vida colectiva a través de la violencia y no sólo con las muertes, sino con el tráfico de personas, las violaciones, los vientres de alquiler, la compra de niños/as…

Este silenciamiento de las voces que promueven la paz (en el que participan tantos agentes y que va calando en nuestro imaginario) forma parte de lo que Laura Rita Segato ha denominado “la pedagogía de la crueldad”. Su objetivo es reprogramar a las personas para disminuir su capacidad de empatía y ver la vida humana como cosa, como instrumento. La guerra sería el resultado de este disciplinamiento, que permite que los dueños de los cuerpos, las cosas, los bienes y la tierra sigan acumulando riqueza hasta alcanzar unos niveles sin precedentes. Su capital acumulado es fruto de rapiñar, desplazar, desarraigar, esclavizar y explotar al máximo. Para seguir manteniendo este insaciable poder necesitan que en nuestro imaginario no existan más caminos que los que ellos dibujen. Así, nos entrenan para que ejecutemos, toleremos y convivamos con actos de crueldad cotidianos. ¿Cómo? deshaciéndonos de la empatía. Insensibilizar es necesario. Normalizar el horror, imprescindible. Acallar las preguntas vinculadas con la paz, el mandato.

Esta nueva forma de señorío es el resultado de la aceleración, de la concentración y de la expansión. Hablar de paz se interpone a los intereses de ese pequeño grupo de dueños de la vida y de la muerte de este planeta. Se trata de un poder de magnitud nunca antes conocida que vuelve ficcional todos los ideales de la democracia y la república. Su capacidad de compra y la libertad de circulación ‘offshore’ de sus ganancias, les hace inmunes a cualquier tentativa de control institucional. Se trata, pues, de un poder paraestatal inalcanzable para la justicia, por universal que sea.

La primera víctima de la guerra es la verdad

El dramaturgo de la antigua Grecia, Esquilo, aseguró hace 2.500 años que la primera víctima de la guerra es la verdad. En otro ámbito, lo doméstico también es la primera víctima de la guerra porque no sólo es el espacio de la supervivencia, sino aquel en el que se larva la paz. La verdad y los actos de cuidado que se dan en el terreno doméstico pueden dar al traste no sólo con las guerras, sino con el poder de esta élite. Acallar las voces que defienden la paz, que reflexionan sobre sus prácticas y buscan caminos de negociación y mediación, marginalizar sus propuestas y tildarlas de ingenuas, forma parte de este adiestramiento que alimenta a la dueñidad del mundo. Hablar de la resolución pacífica de los conflictos desmonta la pedagogía de la crueldad que nos atraviesa en múltiples ámbitos y, fundamentalmente, se ejerce contra las mujeres, que son precisamente las sostenedoras de lo doméstico.

Por eso es tan difícil hablar de paz en un planeta en guerra. Sin darnos cuenta, todos los miembros de la sociedad civil nos hemos convertido en reservistas. Vivimos en esa paz amenazada, propia de quien habita en la retaguardia. Si bien los muertos están lejos de nuestras fronteras, nuestra economía es de guerra https://elpais.com/economia/negocios/2022-09-10/la-economia-de-guerra-llega-a-europa.html). El capital marca el redoble de los tambores, y para que el dinero se mueva en esa dirección es necesario que desde los consumidores y trabajadores a las entidades financieras miren hacia el mismo lado. Para ello es necesario aceptar que la violencia es inevitable, es rentable y nos conviene.

Escribo este artículo desde esa retaguardia en la que nos han situado, pero sin olvidar que es en la retaguardia de las guerras donde sucede el trabajo del sostenimiento de la vida y mantenimiento de la existencia. Narrar con la paz en la punta de la lengua, de los dedos, del teclado, de la nariz, de toda yo, forma parte de la reproducción vital y social y de esa producción capaz de rescatar lo vivo de las fauces de la violencia. Giremos la mirada, recordemos que frente a la economía de guerra podemos mantener vivo ese saber que se ocupa de la estrecha relación entre trabajo y vida y que se conoce como oikonomía. Hablar de paz es hoy, más que nunca, un gran acto de rebeldía.

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