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Por qué hablar de sistemas vivos. Parte 1/2

En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas S. Kuhn (1975), afirma que la ciencia a lo largo de su historia ha alternado entre períodos de ciencia normal, lo que ocurre cuando una determinada teoría o modelo de la realidad es dominante a la hora de abordar los problemas de su tiempo, y periodos de revolución marcados por cambios drásticos y repentinos en el modelo existente de la realidad.

Al conjunto de conceptos y prácticas que definen una disciplina científica en un periodo de ciencia normal Kuhn lo llamó paradigma científico, mientras que definió como cambio de paradigma a las transiciones o saltos que se dan de un paradigma a otro en un periodo de revolución. Los cambios de paradigma tienden a aparecer como respuesta a la acumulación de anomalías críticas que la ciencia normal no es capaz de resolver, así como con la propuesta de nuevas teorías capaces de explicar tanto la ciencia anterior como las anomalías existentes. 

El cambio de paradigma actual

Más tarde, Frijof Capra (1998) extendió la idea de paradigma científico a lo que llamó un paradigma social, definido como una “constelación de conceptos, valores, percepciones y prácticas compartidas por una comunidad que forman una particular visión de la realidad, que es, a su vez, la base del modo en que dicha comunidad se organiza”. A lo largo de la historia del mundo occidental es posible identificar diferentes visiones del mundo que se han ido sucediendo unas a otras no sin conflictos, avances y retrocesos, aunque no existe un acuerdo claro entre los teóricos sociales sobre su alcance, contenidos o proceso evolutivo.

Lo que sí parece claro para muchos pensadores es que en la actualidad vivimos un periodo de cambio de paradigma, tanto social como científico, con nuevas propuestas de organización social (mayor participación y profundización democrática) y de comprensión de la ciencia, especialmente en el estudio de las ciencias de la vida y de las ciencias sociales.

El cambio de paradigma actual supone abandonar una visión del mundo mecanicista, basada en la preferencia por las partes al todo y en el análisis y la disección como principal método de estudio, para abrazar otra visión más holística, que apuesta por la síntesis y la consideración del todo como algo valioso en sí mismo e irreductible a sus partes.

La visión mecanicista

La visión mecanicista del mundo empieza en los siglos XVI y XVII, cuando la perspectiva medieval de un universo orgánico, vivo, en el que fe y razón coexisten y pugnan por dilucidar su papel, es reemplazada por una nueva visión, puramente racional, que describe el mundo como una máquina funcionando como un reloj.

Se trata, por tanto, de una máquina formada por partes más pequeñas que se deben analizar por separado con el fin de entender el funcionamiento del todo, una máquina en la que los cambios en sus partes se consideran movimientos simples y mecánicos sujetos a las leyes físicas descubiertas por Newton, una máquina, por último, que no es más que un objeto de conocimiento en manos de una razón humana que prefiere ausentarse del mundo. La separación sujeto/objeto (dualismo cartesiano), la reducción de todo lo real a la física (reduccionismo fisicalista) y la preferencia por las partes olvidando el todo (método analítico) constituyen los mimbres en los que se asienta la visión del mundo mecanicista. 

Las limitaciones de la visión mecanicista

La concepción mecanicista del mundo tuvo, sin duda, éxito en explicar muchas cosas, especialmente en astronomía (movimiento de los planetas y de los cometas, flujo de las mareas, etc.), mecánica y movimiento de fluidos, acústica y cuerpos elásticos, teoría del calor, etc. A finales del siglo XIX parecía de hecho que toda la realidad se podía explicar con las simples leyes de la mecánica de Newton.

Sin embargo, conforme el modelo mecanicista se fue extendiendo a otros ámbitos de la física (como el electromagnetismo, la termodinámica o el mundo subatómico), y más aún a las ciencias de la vida o a las ciencias sociales, pronto se vio que había muchas anomalías que el mecanicismo no podía explicar. Nuevos descubrimientos y nuevas formas de pensar pusieron en evidencia las limitaciones de dicho modelo y prepararon el camino para el surgimiento de un nuevo paradigma.

El descubrimiento de la evolución en biología, por ejemplo, “forzó a los científicos a abandonar la concepción cartesiana del mundo como una máquina que había emergido completamente construida de las manos de su creador. Bien al contrario, el universo tenía que ser representado como un sistema en constante evolución, en el que estructuras complejas se desarrollan a partir de formas más simples” (Capra, 2014). 

Scientific management

El modelo mecanicista del mundo se extendió igualmente a las ciencias sociales (algo que no trataremos en este ensayo) y a las organizaciones humanas. La idea del mundo como una máquina fue ávidamente aplicada por los primeros teóricos de la gestión organizacional, quienes en la primera mitad el siglo XX no tardaron en diseñar las organizaciones como un conjunto de partes (departamentos, secciones, unidades, etc.) unidas entre sí por líneas de mando y comunicación bien definidas.

Su pretensión era mejorar la eficiencia global de la organización a través de reglas claras y precisas (protocolos) que, en la línea de las leyes de la física, regularan eficientemente todos los movimientos internos.

Para asegurar la eficiencia de las operaciones fue necesario introducir, además, un sistema de mando, con un poder distribuido jerárquicamente de arriba abajo (modelo piramidal) y con capacidad para imponer castigos si alguien no cumplía con las tareas asignadas y los planes previstos.

Esta forma de gestión, conocida en inglés como scientific management, todavía es hoy habitual en numerosas organizaciones, en las que se mantiene una clara división entre el pensar (visionar, diseñar, planificar, evaluar, innovar…), reservado a administradores y gerentes, y el hacer, propio de los trabajadores. 

Necesitamos adaptarnos

Considerar una organización como una máquina, además del peligro del exceso de regulación (burocracia), implica quitar a la organización la capacidad de cambiar por sí misma y adaptarse naturalmente a su entorno.

El desgaste inherente a toda organización y su necesidad de adaptación implica unos cambios internos cuyo diseño y planificación queda reservado a la dirección y a consultores externos. La gestión del cambio ha sido uno de los grandes y principales campos de estudio de la teoría organizacional, pero sus propuestas basadas en el modelo mecanicista no han servido para conseguir los resultados esperados.

Como afirma Capra (2014) “los principios de la teoría clásica de la gestión están tan arraigados en la forma de pensar de administradores y gerentes, que para la mayoría de ellos el diseño de estructuras formales, vinculadas entre sí por claras líneas de comunicación, coordinación y control, se ha vuelto casi su segunda naturaleza. Este abrazo, en gran parte inconsciente, del enfoque mecanicista de la gestión se ha convertido en uno de los principales obstáculos al cambio organizacional”.

Más info: http://www.elcaminodelelder.org

Ir a la primera segunda de este artículo: Por qué hablar de sistemas vivos. Parte 2/2

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