Basándose en los 12 principios de la Permacultura, el artículo esboza su aplicación a los ecosistemas humanos, tanto en su dimensión interior como exterior, grupal y social.
10. Usa y valora la diversidad
Si bien existe sobrada evidencia científica de que la diversidad de individuos, poblaciones, especies, edades, estructuras, culturas y costumbres son factores que contribuyen a la estabilidad y a la resiliencia en los sistemas naturales y humanos, la tendencia del sistema político-económico-cultural-científico dominante hacia la uniformidad, la productividad y el control centralizado se resiste a ceder, a pesar de las nefastas consecuencias que ha generado tanto para el planeta como para la humanidad.
Como bien describe Vandana Shiva en su libro “Los Monocultivos de la mente”: “los monocultivos aparecen primero en la mente para posteriormente filtrarse al suelo debido a que la mente forja modelos de producción que legitiman la decadencia de la diversidad, pero situándolos bajo el nombre del progreso, crecimiento o mejora”. En su opinión, los monocultivos se han desarrollado no porque incrementen la producción, sino porque incrementan el control. Su expansión guarda mayor relación con la política y el poder que con el enriquecimiento y la mejora de los sistemas de producción biológica.
Integración de nuestra diversidad
En permacultura, en cambio, se habla de apilar (sobreponer especies), complementar, generar sinergias. En un plano humano, dicho principio es igualmente cierto: aunque por momentos se podría percibir una diversidad “excesiva” como una amenaza para la unidad de un grupo o una sociedad, la realidad nos muestra que cuantos más aspectos diferentes del alma humana incluyamos en el grupo, más se enriquece el mismo y más estable se hace nuestro “ecosistema”. Sin embargo, la estabilidad y la resiliencia vienen no solo de la diversidad, sino de las relaciones entre las diferentes partes o elementos de un sistema. Un zoológico puede contener mucha diversidad, pero la ausencia de relaciones entre especies no harían de él un ecosistema estable y duradero. Igualmente, una gran ciudad puede contener diversidad pero compartimentarla en guetos aislados fragiliza mucho el sistema global.
En un plano psicológico, la estabilidad y la resiliencia de nuestro sistema interno procede también de la integración de nuestra diversidad interior, incluyendo lo invisible, lo misterioso y lo inconsciente: necesitamos integrar pensamientos, sentimientos, sueños, intuiciones, sensaciones… Nuestra acción más “sabia” solo nacerá de la síntesis y la cooperación entre nuestros múltiples “seres interiores”, que darán forma a un ser completo, es decir una gran persona. Como dijo G. Bateson: «el conocimiento procede de una perspectiva singular, pero la sabiduría viene de múltiples fuentes, sutilmente entrecruzadas».
11. Usa los bordes y valora lo marginal
El interfaz entre dos ecosistemas es un borde, un límite, pero es también un espacio activo y generador de fértiles intercambios. En el perímetro de un bosque la vegetación decrece gradualmente, el lecho de un río se entremezcla con los campos, el borde del mar varía con las mareas… Y Bruce Lipton nos explica que la membrana celular (y no el núcleo) es la que “piensa”, ya que regula la entrada de información del entorno al interior de nuestras células moldeando así nuestros comportamientos.
Debemos aprender a apreciar mejor las innumerables fronteras de nuestra vida, como ese duermevela en el que recordamos nuestro sueño por la mañana, y que a menudo despreciamos. Un borde es un punto de contacto entre la identidad cotidiana y una experiencia desconocida, ensoñada, emergente. Los bordes son pues momentos dinámicos de transición, en los que una forma conocida de comprenderse a sí mismo es perturbada y transformada por algo nuevo.
Aprendiendo a sostener la tensión
Valorar un límite como un lugar de potencial creativo es una habilidad muy útil. En el arte, un borde supone a la vez restricción y creatividad. Los límites de un lienzo, las propiedades de la arcilla o de la piedra para un escultor ponen límites, pero son también elementos esenciales para la creatividad. Retarda o contiene el proceso, pero también favorece su expresión. Igual que las paredes de un cauce permiten llevar agua de una fuente hasta una balsa o hasta el mar, los límites impulsan nuestro potencial hacia su realización.
El suelo vivo es otro interfaz maravilloso, que une la tierra inerte y la atmósfera, y con él aprendemos a percibir un punto de roce o de separación como punto de intercambio y de grandes oportunidades, como generador de fertilidad. En nuestro mundo interior, aprendemos a vivir en el filo de otra gran frontera apasionante, la que separa o conecta, según los casos, nuestra consciencia del inconsciente. Aprendiendo a sostener la tensión que implica transitar a menudo bordes y lindes, estos se vuelven más porosos o permeables, permitiendo que emerjan en nosotros recursos que no creíamos poseer mientras mirábamos a un solo lado del umbral.
En el plano social, un borde es allí donde más diversidad humana se despliega. Es donde nacen las nuevas ideas, donde crecen los hombres y mujeres que no se creen la narrativa dominante, los que no juegan el juego que la sociedad espera de ellos.
12. Usa y responde creativamente al cambio
La vieja sabiduría china nos ha dicho siempre que lo único real es el cambio, y no hay duda de que el planeta vive inmerso en un profundo y catártico proceso de transformación.
Observando con perspectiva amplia los procesos de cambio que ha ido desplegando la evolución, deducimos varias enseñanzas clave:
Las transformaciones radicales (saltos de un estado a otro muy diferente) forman parte de la tradición de la naturaleza: pasar de la no-vida a la vida, del animal más desarrollado al ser humano original, son ejemplos de cambios radicales. La naturaleza es, pues, capaz de producir cambios colosales.
Las crisis preceden toda transformación. Cuando la naturaleza llega a un límite, no se estabiliza o adapta necesariamente, la naturaleza innova, pasa a otro estado. La bomba nuclear nos obliga a aprender a evitar las guerras, la crisis ecológica nos despierta ante el hecho de que estamos todos conectados, de que la naturaleza y nosotros, los humanos, debemos co-crear una nueva ecología planetaria. Y nos obliga a generar un “cuerpo social” colaborativo, mucho más cohesionado.
En palabras de Barbara Marx-Hubbard: «estamos dejando los tiempos de la procreación y entramos en tiempos de co-creación. Si antes combinábamos los genes, ahora combinamos los “genios” que darán lugar a los nuevos “seres colectivos” que transformarán la vida sobre la Tierra». Tich Nhat Hanh, maestro budista, dice algo similar: “El próximo Buda no se encarnará en un individuo. El próximo Buda podría encarnarse en una comunidad, una comunidad que profese la comprensión y la bondad amorosa, una comunidad que practique una forma de vida consciente. Esto podría ser lo mejor que podríamos hacer para asegurar la supervivencia de la Tierra”.
Consentimiento de todas las partes
La integración es inherente al proceso de cambio, la evolución es un proceso holístico. Somos empujados hacia un cuerpo social más interactivo y sensible por la misma fuerza evolutiva que mantiene la cohesión entre los átomos y las células entre sí. Dicho de otra forma, el cambio sostenible se da solo con el consentimiento de todas las partes.
Si para que el cambio ocurra devalúo un aspecto y lo desecho a favor de otro, la parte que ha sido marginada puede regresar para hacerse valer y sabotear lo que ya se ha logrado.
Por ejemplo, la gente a menudo trata de dejar adicciones dañinas en una racha de ira y disgusto. Motivados de ese modo, optan por patear el hábito, pero con frecuencia recaen en la adicción después de un lapso. Como en las revoluciones en que un régimen despótico reemplaza a otro, el cambio no llega a lo profundo. Funciona un tiempo, pero el cambio global no puede efectuarse odiando a una parte en particular.
Cómo gestionamos los cambios, cómo nos adaptamos a ellos, cómo los acompañamos, es un elemento clave para la durabilidad de un sistema vivo. La capacidad de vivir creativamente los cambios, de acompañar los choques y sobresaltos con que la vida nos reta y nos estimula y renacer transformados se conoce hoy como resiliencia. Y la cultura dominante, en los sistemas sociales, busca ante todo estabilidad y productividad, pero cuida muy poco la resiliencia.
Barbara Hannah, una estrecha colaboradora de Jung, solía decir que: “si una persona quiere cambiar, necesita dos cosas: tiene que realmente querer cambiar, y ¡debe amarse a sí misma exactamente tal cual es!”. El cambio es más probable cuando estamos realmente felices con nosotros mismos.
Incrementar nuestras habilidades receptivas
Cuando se intentan crear proyectos ecoaldeanos y/o comunitarios, algunos creen que con el mero hecho de cambiar de contexto la vida será ya diferente. Pero si queremos que nuestra vida en comunidad sea mejor que nuestra vida anterior, nosotros tenemos que ser mejores de lo que éramos antes, lo cual hace indispensable que cada uno aceptemos transformarnos individualmente si queremos consolidar la comunidad.
Para ello, necesitamos incrementar nuestras habilidades receptivas: observación, escucha, sensibilidad, necesitamos aprender a “seguir la naturaleza”, empezando por nuestra propia naturaleza interior. Ello supone confiar en que una solución o camino a seguir surgirá de nuestros sueños, de nuestra observación, de nuestros síntomas o de las sincronicidades. Confiar en la naturaleza y confiar en el proceso significa adoptar una “actitud amorosa” que apoya lo que está tratando de suceder. Así pues, el cambio necesario es una co-creación, fruto de una íntima complicidad entre la naturaleza interior y exterior, entre la humanidad y el planeta.
Cuando buscamos innovaciones exitosas en comunidades y grupos humanos, a menudo observamos patrones similares a la sucesión ecológica en la naturaleza.
Nuevos líderes
Un ejemplo es el crecimiento de árboles fijadores de nitrógeno, de crecimiento rápido para mejorar el suelo y proporcionar refugio y sombra a los árboles más valiosos, de crecimiento lento pero que dan más comida: un proceso que nos lleva de los pioneros al clímax. En los grupos y/o comunidades, son a menudo individuos visionarios y obstinados los pioneros en las soluciones, pero en general se requieren líderes más integradores, sólidos y “resonantes” para consolidar nuevas estructuras. Esos “nuevos” líderes ya no son héroes a los que hay que seguir, sino anfitriones que dan cohesión y singularidad a los grupos.
Algo similar observamos, por ejemplo, en nuestro ámbito espiritual, que ya no se desarrolla tanto en base a la adhesión a una Escuela, Iglesia o sistema de creencias, ni en base a una práctica ascética y solitaria, como así fue durante siglos. En la actualidad, el espíritu acude cuando abrimos nuestros corazones a los demás y compartimos a la vez nuestra esencia más elevada y nuestras zonas de sombra, fragilidad y sufrimiento. Es cuando nuestras relaciones interpersonales se vuelven creativas, basadas en la confianza, el respeto y la colaboración que una realidad superior se manifiesta y nos guía; es, en esos momentos, que se trascienden los límites y aparece el sentido profundo de la vida, y podemos acceder al infinito misterio que nos habita y nos rodea.
Conclusión
Tanto el planeta como nuestra civilización, como cada uno de nosotros individualmente, estamos entrando en una transición desde lo que podríamos llamar la “historia de Separación” hacia una «historia de Interconexión», de Interdependencia. Muchas respuestas a preguntas esenciales sobre el sentido que damos a nuestras vidas y sobre la mejor forma de vivirla se están quedando obsoletas.
Mayor conexión entre seres humanos (más comunidad) y mayor integración con la naturaleza (más sostenibilidad) parecen ser las dos patas de dicha transición. Desde el individualismo y la competitividad parece claro que no será posible revertir el deterioro del planeta; y a su vez, sin integrar a la naturaleza como parte activa y creativa en la transición hacia un mundo nuevo, será imposible generar sociedades humanas más armoniosas, más felices.
En ese contexto, las ecoaldeas me parecen la respuesta más holística, a la vez local y global; a la vez ecológica, humana y social. Permiten encarnar los principios desarrollados en este trabajo en un contexto holístico. No solo tratan de establecer alternativas, tratan de transformar la totalidad del sistema, siguiendo la inspiración de Buckminster Fuller: “Nunca cambiaremos las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construyamos un nuevo modelo, que vuelva obsoleto al modelo existente”.
*Kevin Lluch, psicólogo, miembro de la Comunidad Los Portales y de la Red Ibérica de Ecoaldeas.
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Artículo aparecido en la revista EcoHabitar nº 56 de verano de 2017. Puedes adquirir un ejemplar aquí.