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Hacia una Permacultura del Ser Humano (1)

Tenía apenas 17 años cuando andaba buscando qué estudios universitarios emprender cuando, en un libro de divulgación científica, encontré la siguiente cita de Gregory Bateson: "¿Qué patrón conecta el cangrejo con la caracola? ¿Y a la prímula con la orquídea? ¿Y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a los seis con la ameba en un sentido y con un esquizofrénico en el otro? ¿Cuál es el patrón que conecta a todas las criaturas vivientes?"

Y esa búsqueda de los patrones ocultos que conectan las múltiples dimensiones de la vida (como la Permacultura) me fascinó y me llevó a matricularme en biología. Unos años más tarde reconocí la misma pulsión cuando me impliqué en un proyecto comunitario, y más tarde el mismo anhelo de conexión profunda me hizo estudiar psicología. En definitiva, busqué la conexión con la naturaleza, la conexión con los demás y una conexión interna, es decir una mayor congruencia personal.

Este artículo (que aparecerá en cuatro partes) pretende avanzar hacia esa mayor conexión, desarrollando los paralelismos entre los ecosistemas interiores y los ecosistemas sociales y naturales.

Para ello seguiremos los pasos, por ejemplo, del mismo Bateson. Ya en los años 80 aplicó una visión sistémica tanto al estudio de la naturaleza como al estudio de los grupos humanos. Concluyó que la naturaleza y la mente son reflejos la una de la otra y constituyen necesariamente una unidad. 

Nos dejaremos inspirar también por la bióloga Elisabet Sahtouris, que demuestra la ventaja evolutiva de la colaboración. Describe cómo las bacterias compitieron entre sí por mucho tiempo, antes de aprender a cooperar y formar las células. Las células tuvieron también su “fase juvenil y competitiva” hasta que se dieron cuenta de que era más rentable alimentar a sus enemigas que eliminarlas, y así aparecieron los seres multicelulares. ¡En eso consiste la eficiencia energética de la cooperación! Nuestra tarea como humanos ahora es superar la fase juvenil de competición hostil para dar paso a la fase madura de cooperación global. En Vietnam o en Irak, hubiera sido más barato ayudar a estos países a desarrollarse que intentar destruirlos. 

Tormentas hormonales

En la naturaleza observamos también procesos bruscos, “catastróficos”, insostenibles a largo plazo, pero que a corto plazo pueden servir a un propósito: propulsar los sistemas vivos de una fase a otra. Es el caso, por ejemplo, de las intensas “tormentas hormonales” que disparan en el cuerpo de una mujer el nacimiento de un bebé. Si ese proceso durara demasiado acabaría matando a la madre pero, una vez alcanzado el objetivo de dar a luz, la madre vuelve al equilibrio.

Podemos ver las crisis actuales como uno de esos momentos de transformación, como la “tormenta hormonal” sostenible tan solo el tiempo justo para propulsar al “meta-organismo” formado por la humanidad y el planeta (Gaia) hacia un nuevo estado.

Y al buscar la mejor contribución de los humanos a ese cambio global se nos hace evidente que ninguna estrategia política o científica hacia la sostenibilidad puede prosperar si no empezamos desde las esferas más íntimas, siguiendo las famosas palabras de Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Es decir, el mejor regalo que podemos ofrecer al planeta es nuestra propia congruencia personal y grupal.

Permacultura del Ser Humano

Para ello, la Permacultura me parece ofrecer la visión más “viva” (basada en la cocreación sutil y profunda con la naturaleza) y holística disponible. 

La Permacultura nos muestra que la naturaleza es nuestra maestra e inspiradora, no solo una sofisticada “maquinaria” que soporta pasivamente los desmanes de la humanidad. Desde que Lovelock describió, en su célebre “hipótesis Gaia”, al planeta como a un ser vivo con sus propios procesos activos, creativos y cambiantes (su propia “mente”), entendemos la evolución de la vida en la Tierra como una cocreación en la que la humanidad juega un papel mucho más modesto del que nos hacía creer la pretensión antropocéntrica de ser los únicos actores relevantes sobre un planeta inerte.

Desarrollaremos así nuestra propia sostenibilidad personal y social, que consiste en nuestra capacidad de sostenernos y sanarnos a nosotros mismos, tanto en nuestra estabilidad como en nuestros procesos de cambio y resiliencia: nuestros niveles de energía, salud, nuestra conexión con el planeta, con nuestros sueños y visiones y con nuestro “yo superior”, nuestro sueño más alto. Los seres humanos tenemos la responsabilidad de mantener nuestra salud física, emocional, mental y espiritual por un lado y, por el otro, tenemos la responsabilidad de regenerar y cocrear un nuevo vínculo con el planeta, para que la vida, en su totalidad, pueda expandirse y florecer. 

Comunidades y Ecoaldeas

Poco a poco la consciencia social, respecto a los cambios necesarios para hacer posible la sostenibilidad, ha ido creciendo y las iniciativas se suceden: cooperativas de consumo, huertos urbanos, energías renovables, salud natural, redes de transición, bioconstrucción, comunidades y ecoaldeas. De todas ellas me centraré en estas últimas, que son quizás la respuesta más ambiciosa y más profundamente transformadora ante los desafíos a los que nos enfrentamos. “Cualquiera que sea el problema, más comunidad es la respuesta” (Margaret Wheatley).

La comunidad y/o ecoaldea es sanadora porque es holística, integra todos los aspectos de la vida humana en un solo ecosistema que regenera y transforma nuestra manera de estar en el planeta, irradiando impulsos renovadores sobre los ecosistemas vecinos y el planeta en general. 

Para desarrollar la forma en que la permacultura nos ayuda a mejorar los ecosistemas humanos utilizaremos sus reconocidos 12 principios, desarrollados por David Holmgren:

1. Observa e interactúa

La ciencia ha demostrado sobradamente que no existen los “observadores neutros”, que nuestra forma de observar el mundo (o de acomodarnos en numerosos puntos ciegos) ejerce ya un efecto sobre él, que nuestras expectativas, prejuicios o creencias moldean aquello que observamos.

Necesitamos crear más consciencia, desarrollar una “quietud activa y observadora” que nos permita identificar nuestros patrones de comportamiento, preferencias, contradicciones y hábitos, que nos ayude a ver lo que está funcionando bien en nuestras vidas y lo que necesita ser cambiado.

Todo permacultor sabe que la naturaleza se mueve en base a patrones (ver el principio 7 de la permacultura) y evidentemente nuestra naturaleza humana no es una excepción. Nuestra habilidad para identificar los patrones que nos gobiernan es clave para rediseñar un estilo de vida más natural.

La observación

Observar quiere decir acoger sin miedos ni filtros todos los componentes de la naturaleza tanto exterior como de nuestra naturaleza humana. En la naturaleza todos aceptamos que una víbora, una hiena o un cactus tienen su lugar igual que un águila o un león, pero cuando se entrometen nuestra mente y nuestras emociones todos tendemos a identificarnos con la mirada del águila o la fuerza del león. Y olvidamos con facilidad que en nuestro corazón hay también hienas y víboras, hongos y zarzamoras punzantes, y que también tienen su función en los ecosistemas humanos.  

Debemos hacer consciente, también, la dimensión colectiva de la observación, es decir que nuestras miradas se complementan y se enriquecen: “Se trata de coincidir con gente que te haga ver cosas que tu no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos” (Mario Benedetti). Parece evidente que debemos hacer consciente esa mirada colectiva para modificar el futuro: “Juntemos nuestras mentes y miremos qué clase de vida queremos construir para nuestros hijos” (Thathanka Iyotake-Sitting Bull).

Juntos podemos mirar, soñar y cocrear un mundo que funcione para todos, para la humanidad y para todos los sistemas vivos en general. Nosotros somos los ojos del mundo.

2. Captura y almacena energía

Cada elemento del mundo natural es experto en almacenar energía… ¡salvo nosotros! Los humanos deberíamos aprender a manejar mucho mejor nuestras reservas de energía si queremos durar y crecer como sistema vivo, tanto en el plano individual como grupal. 

En lenguaje financiero hemos estado viviendo del consumo de “capital global” del planeta de una forma desenfrenada, lo que llevaría cualquier negocio a la bancarrota. Necesitamos aprender a guardar y a reinvertir la mayor parte de esta riqueza que ahora malgastamos para que nuestros hijos y descendientes tengan una vida razonable. 

Como explica Bill Mollison, un agricultor de Nueva Guinea entra en su huerta con una unidad de energía y al salir distribuye setenta, mientras que un agricultor moderno montado en su tractor entra en su campo con mil unidades de energía a cuestas y sale con solo una. ¿Cuál de ellos es el agricultor más sofisticado?

Este principio se ocupa de la captura de energía y su almacenamiento a largo plazo, y si observamos cómo lo llevamos en nuestras esferas más íntimas, diría que nos parecemos mucho a ese agricultor “moderno” del ejemplo anterior. 

Cambiar requiere energía

Si nos vemos a nosotros mismos como a hermosas vasijas nos damos cuenta de que, a menudo, llenamos nuestra “vasija” con “cualquier cosa” (alimentos de mala calidad, ruido, emociones negativas, contaminación). Debemos hacernos también conscientes de que a menudo nuestra “vasija” presenta múltiples agujeros o fugas: energía perdida mediante adicciones, estrés, contaminación electromagnética, falta de descanso, conflictos relacionales…

Olvidamos que, si bien seguir con nuestras rutinas no requiere prácticamente energía, todo lo que signifique cambiar y mejorar nuestras vidas solicita un importante aporte de energía. A menudo, tenemos muy claro hacia donde queremos ir pero a la hora de dar el paso la energía no acompaña.

Por otro lado, debemos aprender y explorar con sutileza y profundizar las fuentes de energía que nos funcionan a cada uno, más allá de la alimentación y del descanso. Por ejemplo el ejercicio físico es una excelente forma de almacenar energía para el futuro, pero, de forma más sutil, también lo es una conversación estimulante, la música, la meditación, la sexualidad, la contemplación de la naturaleza… 

3. Obtén un rendimiento

Para obtener el mejor rendimiento tenemos que dejar de ser consumidores dependientes  para ser productores responsables e independientes. Y esto aunque sea en la pequeña escala de nuestros jardines y huertos. “Si tan solo el 10% lo hiciera sería suficiente para todos. De ahí la futilidad de los revolucionarios que no tienen jardines ni huertos, y que dependen del mismo sistema que tanto critican; producen palabras o incluso balas en lugar de comida y cobijo” (Bill Mollison). La creación nos da poder y energía, el consumo tan solo nos la quita.

Dejamos de jugar para solo comprar juguetes, dejamos de pasear para desplazarnos casi exclusivamente con recursos no renovables, dejamos de cuidar a seres queridos para contratar servicios estandarizados y cada vez más anónimos. En nuestras sociedades urbanas, prácticamente nadie cose sus propios vestidos, cultiva sus alimentos o construye su casa. Para evitar el colapso, debemos integrar en nuestro pensamiento la aparente paradoja de la abundancia y los límites de la naturaleza.

La cultura del crecimiento industrial se basa en la escasez, la cultura de la tierra tiene que ver con la abundancia: si ofrecemos al planeta cuidado y respeto, lo que obtendremos a cambio será más que suficiente. Escasez VS abundancia significa miedo VS confianza. Cuando estamos dando nuestro tiempo y nuestros talentos, estamos alimentando el flujo de energía, y ello permite al flujo volver hacia nosotros. Cuanto más abiertos estamos para dar, más capaces seremos también de recibir “rendimientos” inesperados. Cuando vivimos en un estado mental de escasez, nos aferramos a nuestro tiempo, energía y recursos de forma que el flujo se estanca y se contamina. Sentimos miedo, avaricia, queremos más, acaparamos, competimos y nos enfocamos solo en nuestras carencias y cualquier rendimiento nos parecerá insuficiente. 

Vivimos en la confianza

Cuando vivimos en un sentimiento y una actitud de abundancia, no necesitamos controlar de antemano los frutos de nuestros actos, dejamos de esperar ansiosamente la gratitud y los retornos. Vivimos en la confianza, sentimos que tenemos suficiente, nos sentimos fluir y evolucionar, cooperamos y valoramos lo que tenemos. Y obtenemos mayores rendimientos pero, eso sí, sin que podamos controlar de antemano, ni la forma exacta ni el momento justo en que nos llegarán. 

Ese cambio se encuentra en el corazón mismo de los procesos de formación y consolidación de proyectos colectivos, como las comunidades o ecoaldeas. Por ejemplo, hay personas que vienen a la comunidad con la creencia implícita de que la comunidad existe con el fin de colmar sus necesidades. Lo más probable es que nunca encuentren un grupo que les convenga. No podemos acercarnos a la comunidad con la secreta esperanza de que esta nos de todo lo que nos ha faltado en nuestra vida anterior.

La vida comunitaria

Al contrario, son la generosidad y el don de sí mismo el modus operandi de la vida comunitaria, por lo que una fuerte implicación y una intención clara tanto en el plano espiritual como en el emocional son indispensables para crear un verdadero sentimiento de pertenencia. Como dijo David Deida, “Nada ni nadie nos dará nunca nada que no sean oportunidades de amar. Ahora”. Si eso es cierto para la vida en general, es doblemente cierto si queremos crear comunidad.

*Kevin Lluch, psicólogo, miembro de la Comunidad Los Portales y de la Red Ibérica de Ecoaldeas.


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Artículo aparecido en la revista EcoHabitar nº 53 de primavera de 2017. Puedes adquirir un ejemplar aquí.

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