He debido repasar las toneladas de información que me han ido llegando en el último año a propósito de la crisis de estos controvertidos “certificados” (acciones), tanto por parte de la entidad como de los afectados desde hace ya tiempo organizados. Son los áridos mails que se van amontonando en una alejada carpeta, en espera de un día, eternamente postergado, poder sumergirte a fondo en ellos. Encaro por fin el tema del “corralito” y depreciación de esta inversión, cuestión relegada por incómoda y difícil, sobre todo delicada y comprometida.
Aún con todo el empacho de lectura reciente, entiendo poco de finanzas. Juego y disfruto con las letras, se me atascan los números y sus cálculos y malabares en aras del beneficio. Me permito compartir reflexiones, en la esperanza de que a colación alguien pueda verter luz sobre el asunto, alguien con la cartilla de ahorro en una mano y los ideales en la otra. La “luz” no es sólo volver a ver en tu cuenta el dinero aparentemente perdido, “luz” aquí, bien podría representar mantener la fe en el otro mundo posible.
La “luz” no es sólo volver a ver en tu cuenta el dinero aparentemente perdido, “luz” aquí, bien podría representar mantener la fe en el otro mundo posible.
Muchos afectados han acudido a juicio. Aproximadamente la mitad han salido triunfantes. Me cuesta descolgar el teléfono y llamar a un abogado. No creo que lo llegue a hacer.
Todo apunta a que Triodos pudo haber actuado de una forma más escrupulosa al invitarnos a participar de su banco con esos arriesgados certificados. Personalmente no tenía ni idea de lo que era un CDA antes de recibir la llamada de una comercial, tampoco abrigaba mayor interés inversor, sí de apostar por la entidad y su bandera ética.
Igualmente siento que pudieron haber gestionado la crisis de otra manera. Los afectados organizados critican la depreciación de las participaciones a la vista de los beneficios anuales pregonados por el propio banco.
Buscar la verdad
Una vez me hice con los argumentos de quienes litigan contra Triodos, contacté con la otra parte, concretamente con Joan Melé, el que desde sus comienzos fuera el número dos de la entidad en España y que ahora se halla en Latinoamérica abriendo cauces a la banca ética. Necesitaba hallar una justificación poderosa de lo ocurrido, explorar, cuanto menos, la posibilidad de salir de mi condición de solo víctima. Encontré a un hombre que por encima de todo quería, antes que lavar la cara de la entidad, buscar la verdad.
Melé argumenta que Triodos se ha mantenido en su misión y praxis originales, pero que la venta repentina de “certificados”, cuando la pandemia, condujo a la actual situación no deseada. Se reafirma en que en ningún momento ningún agente del banco recibió estímulos económicos por venta de certificados. Por lo demás, reconoció que tendría que haber mejorado la comunicación y la didáctica para que el ahorrador perjudicado pudiera asumir más fácilmente el difícil trago.
El veterano financiero y altruista también compartía el criterio de que la distancia entre el banco y el cliente se ha agrandado y ahora no hay la cercanía de trato inicial que tanto echamos en falta.
Somos algo más que una cuenta corriente, somos también alma
La poderosa banca tradicional parece haber encontrado sobrada artillería para cuestionar a Triodos, para asestar un golpe a esta marca de banca ética que persigue un uso más consciente del dinero y que cuenta, sólo en España, con 210.000 ahorradores y en toda Europa con 747.000.
“Errare humanum est”. ¿Esos fallos de la entidad ética justifica sentarla en el banquillo? Nunca me sentiré cómodo con Triodos enfrente. Somos algo más que una cuenta corriente, que pura materia, somos también alma y sus inherentes ideales. Denunciar a Triodos se asemeja a tirar piedras sobre nuestro propio tejado, el tejado verde de la esperanza y del otro mundo posible. Nadie dijo que sería fácil, que era posible levantar un banco con productos sostenibles y éticos en medio de la selva financiera del “todo vale” y el “sálvese quien pueda”.
Somos algo más que una cuenta corriente, que pura materia, somos también alma y sus inherentes ideales.
Duele perder ahorros, pero aún duele más la pérdida de la fe en que otro mundo, otra educación, otra sanidad, otra banca, otros campos, otra energía… son posibles. ¿Dónde iremos sin esa fe en el cooperar y el compartir, sin esa ilusión de cuidar juntos y juntas la Tierra, nuestra Madre? ¿Dónde sin bajar nuestro dedo acusador que apunta hacia quienes lo intentaron? No tomaremos rumbo al Palacio de Justicia. Ojalá tomemos dirección a los jardines aledaños donde poder reencontrarnos, ojalá, también, donde poder recuperar lo perdido de nuestro ya escaso patrimonio.