Murió mientras caminaba, según cuenta su amigo, el arquitecto francés Thierry Derousseau, en Bruselas, ciudad que no se entendería, en la segunda mitad del siglo XX, sin su obra.
Un final que refleja su trayectoria para quien fue, entre muchas otras cosas, un gran caminante. Inconformista inclasificable, anarquista de corazón, de los primeros ecologistas, Lucien Kroll recibió recientemente el Premio de Arquitectura de Bruselas por su trayectoria.
A sus ojos, la arquitectura sólo tenía sentido en la medida en que respondía a las necesidades de las personas, permitía crear lugares y reflejaba la vida.
Lucien Kroll nació el 13 de marzo de 1927 en Bruselas donde estudió en la Escuela y el Instituto Nacional Superior de la Cámara y en el Instituto Superior de Urbanismo, en el que se graduó en 1951. Entre 1951-1957 compartió un estudio de arquitectura con Charles Vandenhove en Bruselas. Conoció a Simone Pelosse en Lyon en 1956, una figura local muy conocida. Habiéndose convertido en alfarera después de un tiempo en la escuela Arts et Métiers de París, era políticamente activa en la conservación de su barrio y fue la facilitadora de la red intelectual de Lyon. Gaston Bachelard, Célestin Freinet, Bocuse e incluso Le Corbusier, a quien sentó en su mesa junto a sus vecinos, estuvieron en contacto con ella.
Crea su propio estudio de urbanismo, arquitectura e informática Lucien Kroll, con su mujer Simone (1928). El estudio Kroll estuvo muy activo entre 1970 y 1990. Durante este tiempo en que se cuestionaba la arquitectura, el enemigo señalado era la modernidad y sus desviaciones funcionalistas: ¡La arquitectura no puede ser racional!
Kroll defendía en sus proyectos la participación creativa de los habitantes de los edificios. Así concibió las obras de Mémé en Woluwe-Saint-Lambert (Bélgica) que siguen siendo su obra más famosa (reconocida). La residencia de estudiantes de la facultad, construida entre 1970 y 1976 como ampliación del campus de la Universidad Católica de Lovaina (UCL), se realizó en rigurosa colaboración con los estudiantes. En la ciudad realizó diferentes espacios: jardines, caminos y pasarelas, además de los edificios de la Maison Médicale (la Mémé ), el ayuntamiento, la escuela Chapelle-aux-champs, el restaurante universitario y el edificio ecuménico. De 1979 a 1982, el taller Kroll también creó la estación de metro de Alma y su entorno, el paseo de Alma, el patio y el pequeño restaurante.

Rescatanmos una entrevista realizada en julio de 1998 y publicada en versión resumida por el periódico El País dentro del suplemento cultural Babelia:
P. Se podría alegar que la excesiva diversidad puede minar el nivel de orden que garantiza el urbanismo clásico.R. Orden y desorden, salud y enfermedad, se confunden actualmente: lo fuera de escala y la repetición industrial son desórdenes evidentes, enfermedades. Han existido siempre dos tradiciones en el desarrollo de las ciudades europeas: la una es militar, produce retículas disciplinadas; la otra es civil, campesina incluso, se adapta a las situaciones, hace nacer las formas de los pueblos y de los centros históricos, las sinuosidades, mediante el respeto a los contextos, y gracias a una escala humanizada. Esta última es una tradición construida sobre gestos simples: ando y tengo una calle, me paro para hablar con alguien, y es una plaza. Ya sólo falta vestirlas de edificios….Lo importante es no confundir caos y complejidad. Una ciudad es un ser vivo complejo que no puede expresarse de una forma simple.

P. ¿Cree usted que las ciudades deben crecer o cree que ha llegado el momento de comenzar a trabajar exclusivamente sobre lo construido?R. Ambos procesos son indispensables y se decidirán espontáneamente. La recuperación ecológica de todas las ciudades es indispensable. La primera ecología consiste en no demoler, o bien demoler lo menos posible. Hay muchos edificios que deben desaparecer, sin lamentaciones. Pero todo lo que sea utilizable, todo lo que tenga una buena estructura, hay que reutilizarlo, y con carácter de urgencia. ¿Puede haber idea más absurda que la de la tabla rasa?
P. ¿Tendría alguna recomendación que ofrecerle a los estudiantes de arquitectura? R. Simplemente que hay que permanecer muy atentos a la evolución de los espíritus, sobre todo de los que no tienen ocasión de expresarse: lo «popular» siempre acaba devorado por el poder. Este arsenal de autoridades, de técnicos, de administraciones cerradas, de finanzas, de empresas desmesuradas acaban cercenando las aspiraciones de la «gente» y no dejan a su creatividad más que unos cuantos medios de comunicación y de sentido único. En lugar de esperar construir palacios, los jóvenes arquitectos deberían dedicarse más bien a construir para estos colectivos autogestionados, atendiendo a las diversas ecologías y a esas formas de fragmentación de la construcción que permiten, incluso a través de nuestras estructuras de mercado (¿libre realmente?), nuevas responsabilidades, nuevas redistribuciones de las funciones, de las técnicas y los materiales en base a otros criterios al margen del coste o la moda… Aquí hay toda una nueva región de la arquitectura por descubrir, por inventar, un hueco en blanco en el mapa. Y además, me parece muy bien que estudien arquitectura incluso aunque no sea seguro que puedan llegar a hacer arquitectura tal como se la conoce hasta ahora. Pueden inventar otra. En cualquier caso es más importante ser contemporáneo que moderno…

Es la íntima imbricación entre teoría y práctica, junto con la fe en la capacidad de los ciudadanos para decidir sobre su entorno y en la de los arquitectos para hacer arquitectura, lo que otorga su poder de convicción al discurso y la obra de Lucien Kroll, quien se instala sin ambages en la contradicción, la complejidad y la incertidumbre. Eso sí, sin renunciar a unas pocas certezas, como las que expone en Bio Psycho Socio Eco, en el que reúne proyectos y reflexiones: «Estamos seguros de pocas cosas: la talla (aproximada) de un hombre, el sol (mejor al sur), la memoria (aún confusa) de la historia, la necesidad de confort (físico y moral)». Estas coordenadas son las que han permitido a Kroll orientarse dentro de la complejidad y construir a lo largo del tiempo una propuesta caracterizada por una serie de elementos fundamentales: la preservación de la diversidad como condición básica; la fragmentación de las escalas para aproximarlas a las manejables por el hombre; el uso de los ordenadores; la puesta a punto de sistemas constructivos que permiten separar la estructura básica (soporte) de la secundaria (aportes); la atención a las formas de producción y los recursos locales; la incorporación del tiempo al proyecto, en la seguridad de que los mejores espacios construidos son los que mejor saben evolucionar y transformarse…
Producto de la aplicación de estas coordenadas son algunas de las obras más paradigmáticas del Atelier Lucien Kroll: el conjunto residencial para 150 familias en Vignes Blanches en Cergy-Pontoise (1977), la rehabilitación de unos bloques de vivienda social degradados en Alençon (1978), el Liceo Técnico de Belfort (1989) o el barrio Ecolonia (1988-1992) de viviendas ecológicas en Alphen aan de Rijn, en Holanda.
