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La magia de las piedras

Por casualidad oí hablar del "Suiseki", el arte japonés de apreciar las piedras. Consiste en buscar piedras bonitas con forma de montaña en miniatura.

En las más exquisitas de este arte del Suiseki se discierne una cordillera en donde las mismas vetas de la piedra asemejan ríos y cascadas. Unas las colocan en bandejas con arena, otras sobre plataformas de madera. Es fascinante, en internet hay mucha información sobre el tema, la suficiente para convertirse uno en un friki del asunto, pero podemos simplemente quedarnos con la idea y entender que hay belleza en las piedras y que un paseo por el monte puede convertirse en algo aún más mágico.

A todo eso venía de visitar un par de museos arqueológicos y le llama a uno la atención cómo, desde hace miles y miles de años, el hombre ha intentado aportar belleza a su vida diaria.

Buscar la belleza

Al lado de las tazas talladas de cuarcita con que se regalaban los religiosos y los poderosos (y es que no hay como ser faraón o cuñado de un rey para vivir rodeado de objetos hermosos), se guardaban cuencos de barro con patrones simples dibujados a mano alzada. Y me acordé de las puntillas de periódico recortado con que decoraban las alacenas en los pueblos. La diferencia entre pobreza y miseria está en la búsqueda de la belleza. Cómo está entre el decrecimiento (o simplicidad voluntaria) y el pasar-sin por culpa de la crisis.

Solemos pensar que los orientales han sido más hábiles en buscar la belleza en los sitios más insospechados: en la madera carcomida, en una raíz retorcida, en una piedra con cara de montaña, pero en todas las culturas en mayor o menor medida los artesanos conocían las maderas más adecuadas, los cueros más nobles,  la aleación justa y se esforzaban en hacer trabajos más elaborados, en aprender nuevas técnicas y en acudir a mercados a ver qué innovaciones salían y qué nuevas herramientas les sorprendían.

Y a todo esto: William Morris no era oriental, era inglés.

Las artesanías medievales

William Morris, fundó en el siglo xix el movimiento Arts and Crafts con el empeño de revitalizar las artesanías medievales y devolver la belleza a la vida cotidiana de la gente en una época en que el diseño industrial empezaba a uniformizar y empobrecer las vidas de las clases más desfavorecidas.

Aunque pintó y escribió poemas, su empeño no estaba en el Gran Arte, sino en producir pomos de puerta, bisagras, muebles, encuadernar libros, fabricar cubiertos, en producir objetos cotidianos pero con belleza.

Su legado es complejo. Él mismo nunca llegó a poner su trabajo al alcance de la gente humilde, trabajó para quienes podían pagarlo. El modernismo acogió con avidez sus postulados. La obra de Gaudí es un ejemplo de cómo se volvió a confiar en los grandes maestros artesanos. En lo político es confuso, se definió siempre como socialista aunque bastan cinco minutos de lectura a sus escritos para ver que se trata de un ácrata de manual. Y en lo ideológico fue una llama que se extinguió pronto. Las casas en que nos criamos la mayoría de nosotros, con suelos de terrazo, muebles de aglomerado chapados en plástico y vajillas de duralex estaban tan vacías de belleza como las de su época.

En lo cultural no tenemos nada mucho mejor: mientras las clases adineradas han mantenido intactos sus referentes culturales: sus óperas, sus ballets, sus conciertos, sus muebles de anticuario, sus cuadros, sus fines de semana en Paradores; los demás seguimos rebelándonos contra una vida trivial carente de belleza en casas producidas en masa, rodeados de objetos feos, muebles impersonales (aunque los hayamos montado nosotros mismos), música insustancial y emociones baratas.

El legado de generaciones

En los pueblos de Castilla hubo dos oleadas fuertes de despoblación hacia las ciudades: una fue en los años 60, con el desarrollismo. Siempre se ha vendido como que fue sólo la atracción de las ciudades el motor, pero no fue así. Hubo una política muy deliberada de privar de fondos al medio rural y en algunas partes hasta se prohibieron los molinos de harina para empujar a la gente fuera de aquí.

La segunda fue en los 80s y se percibió como punta de lanza la televisión, que ridiculizaba el modo de vida rural y promocionaba la pretendida modernidad (si preguntas a los abuelos, ellos culpan al «Un, dos, tres»). Los que no se marchaban se avergonzaban de su modo de vida. Las escombreras de Castilla se llenaron de objetos hermosos y con carácter que la gente tiró para «reformar» sus casas. Como en China se fundían piezas ancestrales para fabricar balas, aquí tirábamos a la escombrera el legado de generaciones enteras para hacer sitio a figuritas Lladró.

Los intentos que ha habido de acercar el diseño de vanguardia y la cocina de autor a las masas no han pasado más allá de lo anecdótico. Y en arquitectura, escondido detrás de las casas de containers, los muebles de pallets y las cocinas solares de cartón, todo ello ocurrencias carentes de belleza, tenemos a Samuel Mockbee y su Rural Studio, que intentaron llevar la arquitectura más innovadora a las comunidades negras más pobres de Estados Unidos.

«Mascotas para ricos»

Sus casas con material reciclado (muchos parabrisas de coche que se convirtieron en seña de identidad) son un ejemplo de buen hacer. Mockbee, que fundó el estudio en 1992 y lo dirigió hasta su muerte estaba convencido que «todos, ricos o pobres, merecen un cobijo para el alma». Creía que los arquitectos debían tomar el timón del proceso de cambio en lo social y en lo medioambiental, pero que habían perdido su brújula moral y se habían convertido en «mascotas para ricos». Sus casas no son ecológicas, no más que un Earthship en cualquier caso, y son sin duda más hermosas.

Otro link a unos frikis que buscan la belleza en lugares insospechados está aquí. Estos son amantes de los líquenes, en su página web explican cómo cultivarlos, reproducirlos, exhibirlos. Tienen un foro abierto y son muy entusiastas. La suerte que tenemos los pobres enfrentados a un mundo de objetos asequibles pero no bellos o bellos pero inalcanzables es que aún nos podemos permitir encontrar la belleza en una puesta de sol o en el tapiz de luces y sombras que hacen las nubes sobre los campos. O en unas barbas de líquen.


Artículo publicado en la revista EcoHabitar nº 49 Primavera 2016. Puedes adquirir un ejemplar en papel aquí.


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