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Editorial

La noticia, de la que ya hablábamos en la editorial del número anterior, es la intención del gobierno de crear una normativa de ahorro energético en el sector de la construcción de nuestro país, arrastrado, sin duda, por la entrada en vigor del tratado de Kioto que los rusos acaban de ratificar, por fin, tras marear la perdiz todo el tiempo que han querido, y que obligará al gobierno español a reducir las  emisiones de CO2, que en el sector residencial son el 25% de todas las emisiones.

Ahora vienen las prisas y reconvertir a todo un sector, tan inmenso que aquí es uno de los  principales motores de la economía, no va a ser fácil, aunque es imprescindible por varias causas, una de ellas es la económica: la subida del petróleo, que ya llega casi a los 50 $,  hace evidente que es imposible sostener el modelo energético de este país. La otra, es que se contribuirá a evitar una gran cantidad de emisiones de CO2, lo que llevará a que nuestras ciudades sean más saludables.

Para esta reconversión se van a implantar una serie de medidas destinadas a que los edificios sean más eficientes, o sea, gasten menos energía y sean más ahorradores. Hasta aquí, perfecto.

Sin embargo sigue siendo conformarse con la mitad. No sólo es necesario incrementar el ahorro energético en los edificios, sino que, también, es necesario analizar los materiales con los que estamos construyendo.

La modernidad impone materiales altamente contaminantes e insanos que, desde la “arquitectura sostenible”, están plenamente recomendados, o por lo menos nadie pone en tela de juicio su idoneidad, nos referimos al cemento, el PVC, los aluminios, los aislamientos derivados del petróleo, las lanas de roca, las pintura sintéticas, etc. La modernidad impone unos sistemas constructivos nada eficientes como son los prefabricados de hormigón, dejando de lado otros sistemas más eficientes.

Clama al cielo que, mientras en Alemania el sistema tradicional de construcción (cerca del 90%) sea con material natural, de baja emisión, no contaminante, eficiente: los bloques de arcilla cocida (lo que aquí llamamos termoarcilla),  y que en España la construcción con estos bloques no llega al 10 % de la edificación.

La propuesta, desde la Bioconstrucción, es que seamos serios. Si queremos ahorro energético hemos de ir a por todas, no nos conformemos con hacer una normativa en la que sólo se valoren los ahorros del edificio una vez construido, sin tener en cuenta los procesos de fabricación de los materiales que han sido utilizados.

Los materiales ecológicos ahorran desde el principio. Tienen menos huella ecológica pues sus sistemas de producción son más simples, utilizan materias renovables, potencian pequeñas industriales locales, que en muchos casos son de ámbito rural, favoreciendo y potenciando el empleo y la repoblación rural.

Y además ahorraremos en sanidad, de eso podemos estar seguros.

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