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Tres virtudes. Esperanza (1)

Contra toda esperanza. Mientras todo colapsa. Esquivando la ruina. O habitándola. Solo. Porque es lo último que se pierde. Porque es un acto creativo radical. Porque me da la gana.

No es un concepto religioso ni humanista ni buenista. Es un mecanismo biológico, una estrategia evolutiva, el plano de un hogar. Un lugar en movimiento, como una autocaravana que domestica un recorrido improvisado. Una acción eco que ocasiona habitar. La esperanza es una casa abierta en lo inhóspito. Más edificios que regeneren territorios muertos hacen falta, y menos que arrasen con el suelo fértil, los paisajes vivos y la memoria activa.

Más esperanza asertiva cuando escuchamos que el ser humano es el cáncer del planeta. No; podemos tender a la tierra, terricolarizarnos. Más esperanza valiente cuando nos vemos decidir por miedo, venganza o morbidez. No; podemos amar, perdonar y revitalizar. Más esperanza propositiva cuando la tendencia es sólo racha descarnada. No; podemos encarnar visión, razón e interconexión. ¡Encarna!

¿Cómo sería hablar de descarbonización, de transición o de inflación con esperanza? Descarbonizaríamos lo virtual, interesado y crediticio de la economía, pero no su base vital, social y ecosistémica. No es el mercadillo rural el que calienta la atmósfera, son los mercados financieros y desmaterializados; no es la economía, es la plusvalía y la acumulación. Esperanza descarbonizada es trueque, préstamo social y bien común: Ecosínuestra.

Transitaríamos hacia una simplificación de los procesos energéticos. No una pérdida de complejidad en los usos de la energía, pero sí descomplicar su producción, distribución y acceso: esperaríamos que lo bueno fuera posible, y lo malo fuera desenchufado. Conseguiríamos poder satisfacer necesidades sin empeñar nada, y fuerza para resolver dificultades y anticipar condiciones propicias. Hacia un buen vivir, justo y equitativo.

Inflaríamos no el precio del dinero ni de las cosas, ni las apariencias falsas ni la desconfianza ni el globo que ya está lleno, sino que llenaríamos de aire limpio las calles, soplaríamos aliento fresco en la biosfera y la troposfera, animaríamos a la gente a compartir seres, enseres y saberes. La esperanza dirigiría la inversión, no el oportunismo, no la usura. El valor de las cosas sería proporcional a la esperanza que alientan.

¿Cómo sería construir con, desde y para la esperanza? No resultaría erigir celdapartamentos individuales, urbantermiteros impersonales ni infradesesestructuras privatizadas, sino hogares de humanidad, asentamientos para la comunidad y el medio, y redes de todo tipo al servicio de facilitar intercambios suficientes, frugales y necesarios. Basta de borracheras de ladrillo, subidones de hormigón y colocones de acero, epoxi y vidrio. Construyamos para la gente, no para bolsillos. ¡Arriba la salud física, emocional y mental! ¡Abajo los fondos buitre!

¿No has construido aún con tierra, paja, madera o fibras, piedra seca y sobre todo con tus manos? Pues no sé a qué esperas. Si quieres construir esperanza para ti y para quienes te siguen, descálzate, arremángate, ponte el tipo de gorra local, llena un botijo de agua y mezcla adobe con tus pies, amasa bolas de cob, alinea piedras y bloques, compacta un tapial, ensambla vigas con espigas, teje tejados de escoba, aplica una cera o un aceite, monta un baño seco, desenchúfate del móvil y habita tu humanidad en hogares abiertos en comunidades interconectadas en territorios custodiados en un planeta que cuidas lleno de esperanza.

Creo en ello. Nos hará más amables. No es necesaria ninguna iluminación ni en túneles con otros lados. Desde donde estás, incluso a oscuras, aprieta el tornillo que sabes que lleva una vida suelto, encuentra la puerta, agarra la mano tendida, camina descalzo a la tierra, al bosque, a la cueva. Conecta con la esperanza, compártela, defiéndela, constrúyela. La ciencia puede aportar datos y las creencias compañía, pero las decisiones tómalas con esperanza. 

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