Su principal premisa es que los países de zonas templadas son más ricos que los de zonas tropicales. Como digo una mamarrachada.
Los habitantes de países pobres muy lejanos ven y saben que los europeos y estadounidenses gozan de una vida mejor y de más oportunidades que ellos. Por eso sienten envidia, se enfurecen y caen en la desesperación.
Los ejemplos que pone son rebatibles por un niño de 12 años y si el objetivo del libro al final era una alabanza de Estados Unidos ha fallado en todo. No, señor Diamond, el resto del mundo no sentimos envidia de su país. En 200 años no han conseguido crear un país sostenible ni ecológica ni socialmente. Si en su momento fueron un país dinámico y abierto, hace años ya que desperdician talento a manos llenas. No han creado una civilización que persiga la felicidad de las gentes ni la belleza en ninguna de sus formas. Los habitantes de países pobres y lejanos cuando pensamos en un modelo de país nos imaginamos la Arabia de las mil y una noches, con sus patios y sus mezquitas, sus matemáticos, músicos y poetas; o la Persia de Omar Khayyam o el Japón medieval o la Alejandría de Hipatia o la Roma de Trajano. Y vemos los debates entre Clinton y Trump con una sonrisa en la boca y no busque en eso desesperación.
«Homo Deus»
Pero es que está la cosa mala: el último libro de Harari tampoco vale gran cosa. Sapiens, su anterior libro nos deslumbró, no estaba uno de acuerdo con muchas cosas pero hacía pensar. Este («Homo Deus») también, y sus análisis vuelven a ser absolutamente brillantes y originales. Pero quizás sus lectores nos merecíamos otro libro. Me explico:
Arranca haciendo un análisis de cómo la humanidad está venciendo los tres grandes problemas de su historia: el hambre, las epidemias y la guerra. Luego se pregunta cuáles son las futuras metas de una humanidad liberada de esas tres plagas. Y ahí empieza a derrapar. Según él serán: la inmortalidad, la felicidad continua y la superación de las limitaciones humanas a través de la tecnología (robótica, informática, genética, etc.).
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Algo tramposo
Ocurre que yo no conozco a nadie que aspire a vivir para siempre. Que pretenda estar alegre a todas horas o que se plantee seriamente la posibilidad de tener superpoderes, pero igual él vive rodeado de gente así, a saber… Luego habla del Humanismo y la evolución de las ideas, de Dios, el alma y la conciencia, el sufrimiento en los animales o el césped en los jardines de palacio y es entretenido. Hasta ahí bien.
Desde ese punto hasta el final del libro se lía con la idea de si sería posible entender los seres vivos como un algoritmo. Es un sofisma y nada más, una paja mental que suelta en un momento dado para impresionar, a sabiendas que a pesar de ser plausible es falso. Es tramposo y la verdad es que debería haber llevado esa idea y las que le siguen a una buena tertulia con gente inteligente antes de haberlas puesto en el libro. Pero bueno, como me lo bajé pirata no me dolió mucho.
Un final feliz
Fui con ganas a ver la peli «Capitán Fantastic». Habla de una familia de padres jipis que deciden irse a los bosques de British Columbia a criar a sus 6 hijos. Educación en casa, vida en la naturaleza, técnicas de supervivencia, adoctrinamiento en la radicalidad y la conspiranoia. Pero la madre, que sufre un trastorno bipolar, se suicida y deciden ir todos al sur a su funeral, y allí chocan con una sociedad fundada en unos valores que no comparten. Uno y otros padecen el dolor de sentirse unos inadaptados. La idea es buena, pero tanto las situaciones que se dan como las respuestas de los personajes a esas situaciones no resultan nada creíbles. Al final uno sale del cine preguntándose qué demonios había querido contar el director en primer lugar.
La manía americana de apostar por un final feliz a toda costa arruina una película que sólo podía haber acabado en dolor y desgarro. A mí me hubiera gustado ver una indagación seria en estos temas. Y ya que estamos en harina: también me gustaría leer una pieza rigurosa y objetiva sobre los niños que aquí se llamaron «índigo» y fueron criados en la excepcionalidad, la ecoaldea y el tofu. Me gustaría saber qué opinan ahora ellos de todo ese percal. Si cambiarían esa infancia por una «normal» de columpios en la plaza abarrotada de niños, hamburguesas y coca-cola o al contrario: esa infancia sin contaminar los ha hecho gente excepcional capaz de ver un poco más allá que la media y se plantean educar del mismo modo a sus hijos cuando los tengan.
El hecho diferencial y la calidad
Creo firmemente que en cinco años las panaderías estas nuevas artesanas no ofrecerán treinta tipos diferentes de pan como ahora, sino a lo sumo dos o tres, que les saldrán de muerte y podrán dedicar el tiempo que ahora pierden en buscar cien materias primas distintas, asegurar el suministro puntual, recibos y pagos y contabilidad, en tener sólo cinco o seis pero ecológicas, locales y de calidad y tener más tiempo para vivir y estar con los suyos.
En los bares no tendrán cincuenta marcas de whisky o de ginebra para acomodar las preferencias a menudo autocomplacientes, snobs o incluso infantiles de todos los posibles clientes, sino cuatro o cinco solventes, que por centrarse en ellas podrán los restauradores conseguirlas a mejor precio y sin dedicar tanto tiempo de su vida entre proveedores y distribuidores.
Que del mismo modo que ahora los fast-foods te ponen el vaso y tú lo rellenas porque han comprendido que el tiempo y la mano de obra invertido en servir no compensa el refresco de gorra ocasional; las cafeterías tenderán a servir un café bueno en un vaso apropiado y los clientes se echarán ellos mismos la leche al gusto, o la leche condensada o el chorrito de coñac como ahora se sirven el azúcar. Que habrá cervecerías con sólo tres cervezas de barril y nada más, que van a triunfar.
Ya hay restaurantes que sólo sirven paella o bacalao o pizza margarita y los clientes acuden desde lejos a ellos porque buscan el hecho diferencial y la calidad. Y la verdad es que yo como cliente voy a agradecer saber que quien está detrás de la barra entiende y disfruta de lo que hace y sobre todo, que no se deja la vida en ello.
Artículo publicado en la revista EcoHabitar Nº52 Invierno 2016